TERESA DÍEZ ME FECIT (es decir, “Teresa Díez me hizo”).
En realidad, esto es todo lo que sabemos acerca de esta mujer que floreció en Toro (Zamora, España) a mediados del siglo XIV. El único testimonio que nos da cuenta de su existencia es epigráfico: la inscripción que acompaña a la representación de san Cristóbal en el conjunto de pinturas murales del coro del convento de Santa Clara de Toro.
No obstante, pese a la precariedad de las fuentes, sobre esta mujer corren ríos de tinta a los que solo podrá poner fin la improbable aparición de un documento que despeje las dudas acerca de su identidad.
Las pinturas murales en las que aparece su nombre, descubiertas a mediados del siglo XX, fueron arrancadas de los muros del coro del convento de Santa Clara en 1962. Tras una sucesión de eventos, se pueden ver actualmente en la iglesia de San Sebastián de los Caballeros de Toro.
La comunidad de clarisas a la que estas pinturas murales sirvieron durante un tiempo como imaginario para sus vivencias religiosas durante su vida en clausura abandonó el convento en 2019.
Su escaso archivo conventual no nos ha deparado documento alguno en el que aparezca el nombre de Teresa Díez o el de algún personaje que pudiera ser contemporáneo suyo. Solo el Archivo Apostólico Vaticano permite conocer a cierta sor Isabel Ibáñez, que hubo de ser readmitida en el convento en 1357 por orden del papa Inocencio VI. Sor Isabel quizás podría contarnos algo, pero, por desgracia, no es posible interpelarla.
¿Autora o comitente?
La duda más importante que plantea la inscripción que da a conocer a Teresa Díez es el valor que debemos dar a la expresión latina me fecit (me hizo). En principio, debemos entender que indica la ejecución material de la obra a la que se asocia (en este caso, las pinturas murales del coro del convento de Santa Clara de Toro). Si aceptamos esta interpretación, Teresa Díez sería una pintora y, como tal, la autora de uno de los conjuntos más importantes de la pintura castellana de estilo gótico lineal del siglo XIV.
Sin embargo, el concepto medieval de “agencia” (es decir, capacidad de actuar) era muy distinto del nuestro. La expresión me fecit se usaba también en ocasiones para indicar no la persona que había ejecutado materialmente una obra, sino la persona que había encargado una obra (la comitente). Ello a pesar de que el rol de esta podía expresarse más claramente con expresiones como fecit fieri o fieri iussit (hizo hacer o mandó hacer).
Por lo tanto, la cuestión a dirimir es si Teresa Díez fue la autora de las pinturas murales del coro del convento de Santa Clara de Toro o si fue su comitente.
En este caso, para ser precisos, si fue la comitente del mural de San Cristóbal en el que aparece su nombre. Aunque percibamos este conjunto de murales como una unidad debido a que, con la excepción del mural de San Bernardino de Siena, todos fueron ejecutados por un mismo taller, se trata en realidad de una sucesión de murales independientes, cada uno con sus propios comitentes, según pone de manifiesto la heráldica.
Lo cierto es que nos planteamos esta cuestión por el mero hecho de que precede al me fecit el nombre de una mujer; si fuese el de un hombre, jamás dudaríamos de que se trata del autor del conjunto. En primer lugar, porque en este periodo es más extraña la presencia de una mujer artista que la de un hombre (no imposible, pero sí extraña). Por lo tanto, las firmas de hombres se asumen y las de mujeres se cuestionan en tanto no haya evidencias adicionales. Y en segundo lugar, porque al hablar de unas pinturas murales que están en un espacio de estricta clausura conventual, el único rol que hubiese podido desempeñar ahí un hombre hubiese sido el de autor.
El contexto espacial (interior de una clausura monástica femenina en la que Teresa Díez pudo ser una de sus religiosas, quién sabe si su abadesa) habla a favor de una Teresa Díez comitente. El contexto epigráfico (no solo la fórmula me fecit, sino también la manera en que se presenta la inscripción dentro del recuadro que contiene la representación de san Cristóbal, así como la ubicación original de este justo enfrente del acceso al coro desde el claustro) habla a favor de una Teresa Díez autora.
Con este panorama, creo que, mientras no aparezca documentación concluyente, se debe dar por válido, aunque con reservas, que Teresa Díez fue una pintora (pues es, en efecto, indudable que en los siglos del gótico hubo mujeres pintoras) y, como tal, la autora de las pinturas murales del coro del convento de Santa Clara de Toro.
¿Quién era, fuese lo que fuese?
La controversia sobre Teresa Díez no se ciñe a la determinación de su rol. Comprende, asimismo, la determinación de su identidad personal y social y, en estrecha relación con esta, la determinación del corpus pictórico que cabe atribuirle (asumiendo, en todos estos casos, que fuese una pintora).
Puesto que su obra de referencia se encuentra en el interior de una clausura monástica, se ha planteado si pudo ser, acaso, una religiosa del propio convento de Santa Clara de Toro. Pero lo cierto es que obras de la misma autoría se encuentran en la colegiata, la iglesia del Santo Sepulcro o el convento de Sancti Spiritus de Toro, lo que aboga por su condición de laica.
Puesto que la inscripción que nos ha transmitido su nombre se presenta asociada a un escudo de armas, se ha planteado si pudo pertenecer a la nobleza, pero lo cierto es que el empleo de la heráldica no era, en este momento, privativo de esa clase social (aunque denota, en cualquier caso, un importante grado de autoconciencia).
Sea como fuera, el conjunto de pinturas murales del coro del convento de Santa Clara de Toro es uno de los testimonios más importantes de la pintura castellana y española del siglo XIV y uno de los testimonios más importantes de la espiritualidad femenina en clausura del Occidente medieval. Y es indudable que Teresa Díez, quienquiera que fuera, jugó un papel activo en su conformación.
Fernando Gutiérrez Baños es miembro del Grupo de Investigación Reconocido IDINTAR (Identidad e intercambios artísticos. De la Edad Media al mundo contemporáneo) y del Instituto Universitario de Historia Simancas de la Universidad de Valladolid.
El siglo XVII, que en España forma parte del denominado Siglo de Oro, es conocido por ser un momento de gran producción artística nacional. Es la época de figuras como Miguel de Cervantes, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Lope de Vega o Pedro Calderón de la Barca, pero también de Diego Velázquez, Francisco de Zurbarán o la Escuela de Salamanca.
Frente a esta realidad tan rica, existe otra, que puede ser más desconocida y que también tiene su interés, que explica el modo de vida de los habitantes de esta centuria.
El setecentista es un siglo marcado por la decadencia del Imperio. El gobierno de la nación se centra en la política exterior, lo que tiene repercusiones negativas en la vida social de la población española. Las continuas guerras, como la que les enfrenta a los ingleses (1625-1630) o a los franceses (1635-1659), dejan patente las prioridades de la monarquía, que obliga a realizar un gran desembolso económico y, por tanto, a pedir un enorme sacrificio a gran parte de la sociedad. Así, se implantan severos impuestos destinados a sufragar las continuas y duraderas contiendas bélicas.
Sin embargo, la presión fiscal es tan fuerte que hace empobrecer a la población. Esta realidad se traduce, por tanto, en la configuración de la sociedad en la que se percibe la difuminación de las clases sociales intermedias. De este modo, la nobleza y el clero ocupan los puestos privilegiados frente al resto de la población, que se ve abocada a sobrevivir.
Las invisibles del ‘resto de la población’
La vida cotidiana de este gran sector de los ciudadanos empieza con la familia, que es el vínculo social más fuerte que estructura a la sociedad. La casa, el lugar en el que se vive, se convierte en una “unidad de producción, consumo, proveedor de estatus y beneficiaria de los derechos colectivos de la comunidad, con un patrimonio simbólico y moral representado por el conjunto de honores que ostentaba la familia”.
El hombre es la figura más importante y la que administra los asuntos. Es, además, el único con derechos políticos, mientras que la mujer tiene un papel secundario y su destino se limita a dos opciones: el matrimonio –donde ejerce fundamentalmente las labores del hogar– o la Iglesia.
No es de extrañar entonces que los oficios de este siglo estén desempeñados principalmente por ellos. Algunos aparecen en los inventarios del Archivo Histórico Municipal de Valladolid y sus descripciones permiten conocer parte de las profesiones que se ejercían en esta centuria.
Trabajos diversos
Un oficio de prestigio era el de guadamacilero, quien fabricaba y vendía guadamecíes, cueros pintados o labrados artísticamente. Con ellos se decoraban, entre otros lugares u objetos, las casas, sobre todo las más pudientes. Esta profesión tiene probablemente su origen en la ciudad de Ghadames, en el Sáhara, ya que “es el lugar que más fama tenía entre el pueblo árabe por sus cueros labrados y dorados, de donde tomaron el nombre de ‘ghadamesi’, que al extenderse y españolizarse daría el actual guadamecil”.
En el terreno de la alimentación existían fruteros, pasteleros o confiteros. Pero también andaban por allí los cereros, que se encargaban de fabricar la miel o venderla en la tienda, y los alojeros, quienes comerciaban con aloja, una bebida compuesta por agua, miel y especias que hacía las delicias de los espectadores que presenciaban una comedia del Siglo de Oro.
Para la ropa no faltaban los sastres o los mercaderes de ropería. Estos últimos se dedicaban a vender vestidos hechos. Debido al crecimiento del número de roperos, su trabajo alcanzó el estatus de oficio y se les fueron destinando mejores lugares en las calles más importantes de las ciudades. Los coleteros, por su parte, fabricaban y vendían coletos –vestidos con casaca o jubón hechos de piel o cuero–.
En el ámbito de la salud contaban con boticarios, médicos y curanderos. Y en un estatus intermedio entre estas dos últimas profesiones, también tenían barberos sangradores, el escalón más bajo de las profesiones sanitarias propiamente dichas. Los integrantes de este oficio se encargaban de cirugías menos importantes destinadas a sangrar, es decir, realizar una incisión en la vena para vaciarla de sangre y curar determinadas enfermedades.
Tampoco hay que olvidarse de otras profesiones que han llegado hasta hoy, como las de carpintero, librero, abogado, mesonero –una práctica muy habitual en ese período que consistía en dar hospedaje a alguien– y corneta –que, como su propio nombre avisa, era la persona dedicada a tocar este instrumento–.
Y también en el gobierno
Finalmente, en el terreno político se recogen otros oficios como el de alcaide de las cárceles secretas de la Inquisición; relator de la Real Chancillería; regidor presbítero, es decir, gobernador de los sacerdotes, y contador de rentas y quitaciones del rey –responsable de la economía gubernamental–.
Es una pequeña muestra de las variadas labores que desempeñaban los españoles del siglo XVII en su vida diaria y que retratan no solo la prosperidad de la época, sino también su cotidianeidad.
Javier Mora García no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Imaginemos que tuviéramos que poner nombre a un objeto que no hemos visto nunca. ¿Qué sería más importante en la elección? ¿Ser funcional (es decir, que la nueva palabra incluyera pistas para entender a qué tipo de objeto nuevo nos vamos a referir) o dar rienda suelta a la creatividad?
¿Influiría en esta nueva palabra lo familiar que nos pudiera resultar el objeto en cuestión? ¿O nuestra edad?
Para intentar responder a estas preguntas, que en realidad encierran unas cuantas incógnitas sobre cómo y por qué creamos palabras nuevas, hemos llevado a cabo un estudio con resultados curiosos e interesantes.
Enseñamos estos seis objetos a una muestra de casi 150 hablantes de español como lengua nativa.
¿Describir, reutilizar o tomar prestado?
Nuestro objetivo era recopilar los nombres que los participantes daban a cada uno de esos artilugios. Una vez los tuvimos, los clasificamos siguiendo dos criterios: por un lado, el de la estructura formal adoptada en cada palabra: ¿qué preferían, componer palabras a partir de otras, como “evita-pomo” o “aguanta-mascarillas”? ¿Derivar palabras ya existentes, como “higienizador” o “lamparote”? ¿Crear pequeños sintagmas descriptivos, como “burbuja-comedor” o “mascarilla antitirón de orejas”? ¿O incluso tomar prestadas palabras de otras lenguas, como “bikeoffice” o “gel and go”?
¿Comparar o destacar un rasgo? Metáforas y metonimias
Por otro lado, también clasificamos los tipos de lenguaje figurado que motivaban la generación de estos nuevos nombres.
Es decir, ¿optaban por elaborar metáforas para establecer comparaciones con objetos similares (como por ejemplo, “burbuja restaurante” para designar a la mampara protectora)? ¿O seleccionaban un rasgo significativo a través de una metonimia (véase “cuelgaorejas” para el dispositivo que se añade a las mascarillas)?
Creatividad lingüística y forma de razonar
El siguiente paso consistió en intentar dar con alguna relación entre ambas clasificaciones. ¿Tenían algo que ver los tipos de palabras escogidas por los hablantes para nombrar los objetos con la manera en que intentaron comprender de qué se trataban?
Es decir, ¿hay alguna relación entre nuestra manera de pensar y nuestra forma de crear palabras nuevas? Y si fuera así, ¿cómo es? Nosotros sospechábamos que sí… y los datos nos lo confirmaron.
Objetos extraños, palabras conocidas
En un principio, nosotros habíamos imaginado que los participantes escogerían palabras ya conocidas para bautizar a los objetos más extraños. De ese modo, podrían aferrarse a un referente conocido a la hora de abordar un objeto más extraño. Por ejemplo, hubo participantes que optaron por usar la palabra “lámpara” para designar al objeto que, en las imágenes, sirve para cubrir las cabezas y minimizar la transmisión del virus: reutilizaron una palabra que ya conocían, pero le asignaron un nuevo referente.
Pero lo cierto es que no fue así en la mayoría de los casos. Los caminos de la lengua son inescrutables (a veces).
Lo primero que observamos fue que los hablantes tendían a utilizar palabras ya existentes para nombrar objetos que les resultaban más familiares (como, por ejemplo, “sujetador de mascarillas” o “cuelgaorejas” para nombrar a los ganchitos que permitían ponerse las mascarillas evitando marcas de gomas en las orejas). En cambio, creaban palabras nuevas para nombrar objetos más novedosos (por ejemplo, “abridoor” para nombrar un artilugio creado ad hoc para abrir puertas sin tener que tocarlas).
De ‘salvaorejas’ a ‘mampara social’
Volviendo al experimento, también apreciamos dos conexiones muy relevantes en las decisiones tomadas por los participantes en el estudio:
Cuando creaban palabras compuestas (es decir, palabras formadas, a su vez, de otras dos palabras, como en “pulseragel” o “salvaorejas”), tendía a ser para destacar un rasgo específico del objeto (a través de una operación cognitiva llamada metonimia), y así surgían palabras como “abrepuertas” (aludiendo, en este caso, a la función del objeto para nombrarlo) o “gelmóvil” (haciendo referencia al contenido para designarlo).
Cuando lo que acuñaban eran sintagmas –es decir, grupitos escuetos de palabras– se ponían mucho más metafóricos, y buscaban establecer una comparación con un objeto más conocido. Es el caso de “mampara social” o “campana anticontagio”, donde la analogía les permitía explorar alguna similitud entre el objeto desconocido y uno conocido: con la mampara, la función, y con la campana, la forma.
Además, las metonimias eran la opción preferida a la hora de crear los nombres de los objetos más extraños, mientras que preferían las metáforas para enmarcar conceptos más familiares.
Metáforas, mejor para cosas conocidas
Y esto sí que nos los esperábamos. Como hablantes, nos permitimos el lujo de establecer analogías más arriesgadas y no tan evidentes para nombrar realidades que ya conocemos, y para eso nos valemos de las metáforas. Pero si el objeto al que tenemos que nombrar no nos suena de nada, o no logramos comprenderlo, necesitamos resaltar alguno de sus componentes que conozcamos mejor (su función, qué puede contener, qué causas hay detrás de su uso…) para poder asimilarlo mejor. Al fin y al cabo, somos seres sociales que necesitamos hacer todo lo posible para comunicarnos de una forma que se nos entienda.
El estudio es relevante porque apunta a que, al contrario de lo que se ha creído tradicionalmente, las metáforas no siempre son un mecanismo que ayuda a nombrar realidades difíciles de entender. En lugar de eso, esta investigación revela que son una estrategia que los hablantes adoptan cuando comprenden mejor aquello que quieren nombrar. En consecuencia, se sienten más seguros y pueden dar más rienda suelta a su creatividad.
La edad no importa cuando creamos palabras
Un último apunte inesperado que también arrojó nuestro trabajo tuvo que ver con la edad de los participantes. Tradicionalmente, se piensa que los hablantes de mayor edad tienden a ser más cautos y conservadores en sus usos lingüísticos, mientras que los más jóvenes se suelen lanzar sin miedo a propuestas más transgresoras y creativas.
Pues bien, el estudio también refutó este prejuicio: las estrategias adoptadas por los participantes para bautizar los objetos que les presentamos fueron prácticamente las mismas en cualquier franja de edad.
¿Qué significa esto? Puede ser que los estudios previos sobre producción neológica hayan tenido cierto sesgo de edadismo. O bien puede ser que la pandemia, al tratarse de un fenómeno tan global y transversal, nos “forzara” a todos a utilizar todas las estrategias disponibles para adaptarnos y sobrevivir a una nueva realidad de emergencia sanitaria.
En cualquier caso, no apreciamos brecha generacional en las estrategias utilizadas por los participantes del estudio: no dejamos de crear palabras nuevas a lo largo de la vida.
Prodigios léxicos
Las conclusiones de nuestro estudio sobre la relación entre pensamiento y lenguaje apuntan a que optamos por metáforas para nombrar objetos que ya conocemos, y preferimos metonimias para bautizar los que nos son más extraños. En el primer caso, preferimos breves grupos de palabras y en el segundo, palabra compuestas de, a su vez, otras palabras.
Pero en la investigación académica a veces lo mejor no son los resultados, sino el camino: lo mejor que nos ha dado este estudio ha sido poder adentrarnos en la mente de personas capaces de generar palabros como “cicloficina” para designar a la bicicleta estática con mesa de portátil incorporada, “hidromuñeca” para la pulsera dispensadora de gel hidroalcohólico y, nuestra favorita, “zapatorrinco” para nombrar los zapatos con puntera “de seguridad”.
Después de habernos topado con semejante prodigio léxico, no pudimos volver a mirar estos objetos con los mismos ojos.
Miguel Sánchez Ibáñez recibe fondos del Ministerio de Ciencia e Innovación, la Agencia Estatal de Investigación y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (Ref.: MPID2021-125906NB-I00/MICIN/AEI/10.13039/501100011033/FEDER, UE).
Paula Pérez Sobrino recibe fondos del Ministerio de Ciencia e Innovación – Agencia Española de Investigación – Fondos FEDER (referencias: PID2020-118349GB-I00, PID2021-123302NB-I00).
Cuando el pasado mes de julio el diario The New York Times presentó su lista de los mejores libros publicados en lo que llevamos del siglo XXI, muchas voces se alzaron para reclamar lo que parecían ausencias sonadas. Sin embargo, donde algunos vieron un problema, The Conversation vio una oportunidad.
Y cuando nuestros compañeros de Australia y Nueva Zelanda presentaron las listas de sus respectivos países, nos reafirmamos en esa idea de oportunidad.
La lista del periódico estadounidense solo incluía seis menciones a escritores latinoamericanos, y dos de esos libros (La maravillosa vida breve de Oscar Wao, de Junot Díaz, y Fortuna, de Hernán Díaz) habían sido escritos originalmente en inglés. Pero nosotros siempre hemos defendido la potencia, la pluralidad y la riqueza de nuestro idioma como transmisor de conocimiento.
Así que, para que la representación de la literatura en español no quedase solo a cargo de quienes habían logrado hacerse un hueco en aquella selección, contactamos con 38 expertos de diversas universidades españolas y latinoamericanas para elegir los 20 mejores libros escritos originalmente en español desde el 1 de enero de 2000.
Les pedimos a nuestros voluntarios que eligiesen un primer libro y dos menciones. En base a eso elaboramos la lista de veinte, que hemos preferido no numerar por los diversos empates que se han dado en ella. Algunos de los autores que votaron los libros elegidos han escrito unas líneas para explicar qué tiene de especial esa obra. Y al final del artículo se incluyen todos aquellos números 1 de los seleccionadores que no entraron en la lista de ningún otro compañero pero que merecieron un primer puesto en su corazón.
Las listas, al final, más que para establecer un orden de preferencia o de calidad, sirven para recuperar títulos que algunos no recordábamos, o que no sabíamos que habían gustado tanto. Nadie duda de la calidad de los tres primeros seleccionados, que están en boca de todos desde su publicación, pero algunos de los otros libros seleccionados pueden suponer un descubrimiento para muchos lectores.
Como siempre sucede con los ránquines, aunque son todos los que están, por supuesto no están todos los que son. Así que animamos a los lectores a dejar en comentarios sus libros favoritos (originalmente en español) de este siglo.
2666, de Roberto Bolaño
“Durante bastante tiempo soñé con Hans Reiter, personaje de 2666. Hans Reiter volvía a mí como cada tarde de domingo. Del mismo modo, la frialdad policial de las fichas sobre esas mujeres muertas, violadas, desaparecidas, torturadas se convertía en un fuego de rabia y dolor.
Roberto Bolaño parece anunciar en 2666 el final de Occidente, un apocalipsis caótico en el que los personajes se mueven en espacios de difícil definición, de contornos marcados por fronteras difusas e irreales; espacios habitados, en gran medida, por seres conocedores del horror. Los murmullos fantasmales de Juan Rulfo ya no se pueden escuchar debido a los gritos no menos fantasmales que salen del violento horror de la frontera mexicana, de la Santa Teresa de Bolaño, aunque ahí, junto a las putas y los ejecutivos vemos también a las «indias con bultos a la espalda”, las mismas indias fotografiadas por Rulfo que han llegado a un destino en el que solo se las permite seguir cargando eternamente con sus bultos».
Isabel Giménez Caro, profesora titular de Literatura española, Universidad de Almería
El infinito en un junco, de Irene Vallejo
“El infinito en un junco de Irene Vallejo ofrece un asombroso viaje por la historia de los libros, piezas de tiempos entrelazados a través del papiro, el pergamino y el papel.
Así, este ensayo nos invita a un recorrido que va desde los clásicos griegos hasta los manuscritos medievales, pasando por la Biblioteca de Alejandría, los talleres de copistas y las pantallas digitales. Todo ello entretejiendo con maestría una gran cantidad de fuentes historiográficas, literarias y culturales junto a experiencias íntimas acerca del diálogo infinito que implica la preservación del conocimiento, la cultura y la identidad en el corazón de la palabra escrita”.
María Di Muro Pellegrino, profesora e investigadora del Centro de Investigación y Formación Humanística, Universidad Católica Andrés Bello
La Fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa
“Publicada en el año 2000, La Fiesta del Chivo puede que sea la última de las grandes novelas del escritor hispano peruano Mario Vargas Llosa, tras títulos de la relevancia de La ciudad y los perros, La casa verde, La guerra del fin del mundo y, sobre todo, Conversación en la Catedral.
Supone, además, la culminación de toda una serie de excepcionales relatos de diferentes autores –El señor Presidente, Yo, el supremo, El otoño del patriarca, etc.- que tienen como principal objetivo llevar a cabo una profunda reflexión sobre las dictaduras en América Latina. La obra de Vargas Llosa destaca, además, por su estilo y fuerza narrativa”.
José Belmonte Serrano, profesor de Literatura Española, Universidad de Murcia
Tu rostro mañana, de Javier Marías
“Tu rostro mañana, de Javier Marías, es una trilogía compuesta por Fiebre y lanza (2002), Baile y sueño (2004) y Veneno y sombra y adiós (2007). En ella, el autor explora a través de sus personajes diversos episodios de la historia reciente, personas y acontecimientos que han quedado marginados u olvidados, con los que se entremezcla la experiencia de su protagonista, Jaime Deza.
A través de una prosa que evoca la narrativa del grand style, Marías va construyendo un mundo en el que se funden las tramas de la novela de espías, la novela de campus y los acontecimientos históricos más relevantes del siglo XX, en una narración envolvente que arrastra al lector mientras reflexiona sobre el propio proceso de escritura y la constitución de un mundo en que ficción y realidad tienen límites muy difusos”.
Juan José Lanz Rivera, catedrático de Literatura Española, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura
“Esta novela se asemeja a las grandes del boom latinoamericano por su vocación totalizadora y su ambición histórica e identitaria, y se coloca al margen del marasmo de dudas, pensamiento débil y rendiciones distópicas de una gran parte de las novelas de nuestro siglo.
Leonardo Padura sigue los cánones de la novela histórica moderna y ofrece un fresco monumental, como muy pocos se atreven a intentarlo, de una época en la que los regímenes totalitarios y el terror asolaron el mundo occidental, con un estilo muy ameno, sin dar lecciones de historia, por el que los lectores quedan subyugados, y tratan de establecer conexiones entre las diferentes historias que se combinan en el relato”.
Yannelys Aparicio, catedrática de Literatura, Universidad Internacional de La Rioja
Crematorio, de Rafael Chirbes
“La obra de Rafael Chirbes era apreciada por los críticos, pero desconocida en buena medida por los lectores hasta la aparición de Crematorio, una novela que anticipó el desastre económico que sufriría el mundo occidental a inicios del siglo XXI.
En un pueblo inventado de la costa levantina tiene su emporio comercial el arquitecto Rubén Bertomeu. Su riqueza se sustenta no solo en el hormigón, sino en inmoralidades públicas y privadas. Realiza actividades que todos los personajes de su entorno familiar parecen cuestionar, pero de las que no dudan en aprovecharse al máximo. En el escaso tiempo que dura el traslado, desde el tanatorio hasta el crematorio, del cadáver del hermano de Rubén, Matías, todos los personajes, en largos e intensos monólogos interiores, reflexionan sobre la mezquindad que domina sus vidas.
Chirbes dibuja el declive de una época y un país a través de una familia en concreto, porque la destrucción del paisaje mediterráneo corre en paralelo a la destrucción moral de los Bertomeu”.
José María Fernández Vázquez, profesor de Literatura Española, Universidad Pablo de Olavide
pequeñas mujeres rojas, de Marta Sanz
“Esta novela policiaca cuenta la historia de la saga familiar constituida por Jesús Beato a partir del enriquecimiento que experimentó con las interesadas delaciones ofrecidas a los falangistas en el verano de 1936. El estigma de esta familia es la codicia y el crimen codicioso y las muertes causadas por los Beato alimentan esta trama negra.
La novela edifica un monumento –no de piedra y no vandalizable– a la memoria y a la épica de los vencidos y las vencidas (pequeñas mujeres rojas) en la guerra civil española. Constituye un alarde estilístico, de estructura y de técnica literaria, que explora los modos de representación de la violencia y del dolor. Con este fin proyecta la trama sobre el relato fantástico y de terror, en particular sobre las producciones de la factoría Disney desde los tiempos clásicos del ‘tío Walt’ a los más recientes de Tim Burton”.
María Ángeles Naval, catedrática de Literatura española, Universidad de Zaragoza
Lectura fácil, de Cristina Morales
“La obra de Cristina Morales puede definirse como una apuesta decidida por la implosión del texto literario convencional. Pocas novelas hispánicas del siglo XXI llevan más lejos esa demolición que Lectura fácil, de la mano de sus cuatro voces narrativas y del lenguaje empleado, así como de los mecanismos y materiales que nutren la trama.
Pero, además, muy pocas de esas ficciones están insufladas por un propósito tan radical como sería el cuestionamiento de la noción de «discapacidad intelectual”. Su calado es de orden estético y ético; su creación, un logro ante el que palidece la cultura más adocenada».
Rafael Manuel Mérida Jiménez, catedrático de Literatura española y de estudios de género, Universitat de Lleida
Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara
“Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara, es la primera novela del siglo XXII.
Lo mejor no es su re-escritura neobarroca, carnavalizada y paródica de la obra fundacional argentina, El gaucho Martín Fierro, a través de una prosa lírica salpicada de spanglish, guaraní y una mezcla procaz de géneros gramaticales, identidades, temporalidades y espacios, sino el genial hallazgo de que para subvertir el canon –patriarcal, mesocrático y colonial– no basta con hacer visible a las autoras y textos olvidados, sino que hay que travestir la propia ficción y su crítica.
Sólo así el futuro literario será un poco más transfeminista. Y feliz”.
Ana Gallego Cuiñas, catedrática de literatura latinoamericana en la Universidad de Granada, Universidad de Granada
Patria, de Fernando Aramburu
“Patria destaca por el excelente diseño de los personajes novelescos, la coherencia de su discurso interior y dialógico con los hechos narrados y por la trabazón de causas y efectos que permea su evolución. La polifonía del relato se conjuga magistralmente con la temática, pues aborda de una manera novedosa el tema de la violencia de ETA, transmitiendo el pensamiento de cada protagonista, sus creencias, ideas y sentimientos, a la vez que las causas subyacentes y explica desde su óptica su comportamiento.
Aporta desde la literatura una verdadera investigación histórica y social al tiempo que consigue emocionar y logra un disfrute estético e intelectual”.
María Luzdivina Cuesta Torre, profesora de Literatura española, Universidad de León
Nuestra parte de noche, de Mariana Enriquez
“Nuestra parte de noche de Mariana Enriquez reúne el horror sobrenatural característico del género gótico y los crímenes cometidos en la dictadura militar. El vínculo entre ambos componentes es una familia privilegiada, iniciada en una secta que adora a un dios sanguinario al que llaman La Oscuridad. Para asegurarse la protección de tal divinidad, los líderes de la familia secuestran a jóvenes a los que sacrifican en ceremonias tan violentas como lo fueron las torturas y desapariciones que la Junta Militar ejercía contra sus disidentes.
Al recurrir al gótico, Mariana Enriquez reflexiona sobre la realidad política de su país a la vez que se afirma en una tradición presente en Argentina desde principios del siglo XX”.
Teresa Georgina González Arce, profesora investigadora del Departamento de Estudios Literarios, Universidad de Guadalajara
Distancia de rescate, de Samanta Schweblin
“Distancia de rescate fue premiada con el Tigre Juan y el Ojo Crítico, nominada en 2017 al Booker International Prize, galardonada en 2018 con el Shirley Jackson, elegida por el Tournament of Books como mejor libro publicado en Estados Unidos y llevada al cine en 2021 por Claudia Llosa.
Se trata de una novela corta con los mejores rasgos del género: tensa, apabullante y terrorífica, introduce al lector en una espiral asfixiante desde su primera frase gracias al ritmo trepidante y el crescendo que le insufla la autora, especialista, además, en trazar perfiles psicológicos de gran profundidad. Marcada a partes iguales por el lirismo y la potencia del diálogo, combina la denuncia ecosocial –mostrando los peligros del cultivo de glifosato en las comunidades campesinas más pobres– con la expresión del miedo a que aboca la experiencia de la maternidad. Asimismo, transforma con maestría el característico locus amoenus en un espacio macabro, signado por la amenaza de la enfermedad a cada paso”.
Francisca Noguerol Jiménez, catedrática de Literatura Hispanoamericana, Universidad de Salamanca
Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor
“Temporada de huracanes da voz a una sociedad profundamente afectada tanto por la degradación medioambiental como por la violencia social. La narrativa se articula a través de una polifonía de voces fragmentadas, cada una aportando una perspectiva particular sobre el brutal asesinato de la Bruja. Mediante una prosa visceral y poética, que adopta características del flujo de conciencia y carece de divisiones en párrafos, Melchor ofrece un retrato descarnado de la condición humana en un entorno definido por la desesperanza.
Con resonancias del México de Juan Rulfo y el inframundo de La Celestina, la obra de Melchor examina desigualdades estructurales arraigadas, como la misoginia, la pobreza y la corrupción sistémica en un pueblo mexicano devastado por huracanes”.
Goretti Teresa González, profesora de Literatura, IE University
Soldados de Salamina, de Javier Cercas
“La literatura ha de ser necesariamente un espejo donde se mire la imaginación. Es una huida que nos acerca a la realidad de la que se finge escapar.
De ese juego de sombras y de luces nacen siempre las grandes obras, desde El Quijote a Soldados de Salamina, la novela con la que Javier Cercas dio un salto acrobático hacia un número infinito de lectores, renovó la novela de testimonio, convirtió la Guerra Civil y sus secuelas en materia literaria y recordó al mundo que el escritor –libre de géneros y leyes– es dueño y señor de sus historias, ya sean propias o de todos”.
José Luis Vicente Ferris, profesor de Literatura Española, Universidad Miguel Hernández
Los pacientes del doctor García, de Almudena Grandes
“Los pacientes del doctor García es una novela de ritmo ágil, impetuoso incluso, y prosa limpia, mimada, sin concesiones. Las historias entrecruzadas que crea la autora se narran desde diferentes puntos de vista y tejen un tapiz humano denso y reconocible, en la estela de la novela realista del siglo XIX, con Galdós al fondo. El resultado es una lectura estimulante, que nos reconcilia con los textos atractivos, poliédricos y formalmente bien armados.
Este episodio de una guerra interminable, una de las mejores versiones de la mejor Almudena Grandes, ha sido capaz de seducir tanto a críticos como a académicos, así como a un amplio espectro lector que, desde hace más de un lustro, ratifica su relevancia”.
Montserrat Ribao Pereira, catedrática de Literatura Española, Universidade de Vigo
El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza
“‘El tiempo lo cura todo, excepto las heridas’. Esta es la historia novelada de la vida de Liliana, hermana de la autora, quien fue asesinada en julio 1990 por un exnovio en Ciudad de México. La novela trata del feminicidio en México como trasfondo, pero en realidad habla sobre las mujeres y la violencia en sus vidas, la impunidad de los delitos, y sobretodo del duelo y cómo lo procesa cada quien a su manera.
Un trabajo de reconstrucción familiar doloroso que es a la vez la reconstrucción memoriosa de nuestra sociedad. Liliana es más que su muerte. Liliana podemos ser (somos) todas”.
María Teresa Orozco López, profesora de Escritura Creativa y Literatura Infantil, Universidad de Guadalajara
Ordesa, de Manuel Vilas
“Ordesa, de Manuel Vilas, nos ofrece una versión sumamente original de un viejo tema literario como es el duelo por la pérdida de los padres. En la novela asistimos a un emocionante y desgarrador desnudo del propio autor, donde deja aflorar de manera muy convincente, apenas sin encubrimientos ni trucos literarios, sus miedos, fobias y temores ante la pérdida, la soledad, la muerte y el fracaso, con los que lograron empatizar muchísimos lectores.
Pero, sobre todo, Ordesa nos deslumbra por esa inconfundible marca «Vilas”, un estilo único y especialmente reconocible, que aúna lucidez, valentía y elegancia con un inteligente sentido del humor».
Teresa Gómez Trueba, catedrática de Literatura Española, Universidad de Valladolid
Los aires difíciles, de Almudena Grandes
“Los aires difíciles son los vientos que se cruzan en la costa gaditana –el levante y el poniente–, pero también son metáforas de las vidas de Juan Olmedo y Sara Gómez. Ambos personajes escapan de un pasado en Madrid que les atormenta y en el entorno de una urbanización turística se encontrarán gracias a la asistenta de ambos, Maribel.
Los aires difíciles es una extraña historia de amistad entre desconocidos que nunca se hubieran encontrado en la que sin tapujos abren sus corazones para que los vientos del sur arrastren las propias pesadumbres que lastran sus vidas en busca de un futuro posible”.
José María Fernández Vázquez, profesor de Literatura Española, Universidad Pablo de Olavide
Línea de fuego, de Arturo Pérez Reverte
“Línea de fuego recrea la batalla del Ebro de la guerra civil española con un relato más atento a la intrahistoria unamuniana que a la dimensión histórica de la contienda.
Y este es, creo, su principal atractivo: saber mirar en profundidad a los hombres y mujeres que protagonizaron los hechos (sus sentimientos, sus miedos, sus expectativas, sus esperanzas, sus valores, sus miserias) y justipreciar, en un logrado y nada fácil equilibrio, cuánto de admirable y cuánto de reprobable hubo en ambos bandos, con un estilo caracterizado por la intensidad narrativa, la precisión en los detalles y la viveza en los diálogos”.
Santiago Alfonso López Navia, catedrático de Filología, Universidad Internacional de La Rioja
Hecho en Saturno, de Rita Indiana
“El viaje de desintoxicación de Argenis Luna a La Habana, desde su natal Santo Domingo, nos lleva a enfrentarnos con el desencanto de una revolución fallida y la desilusión ante unos ideales artísticos consumidos por el capitalismo.
En esta magistral novela de la escritora dominicana Rita Indiana, una de las figuras más importantes de la literatura latinoamericana del siglo XXI, Argenis encarna las contradicciones de una generación que ha quedado a la deriva ante el derrumbe de los relatos redentores de unas ideologías que, como Saturno, han devorado a sus hijos”.
María Teresa Vera Rojas, profesora e investigadora de literatura hispanoamericana y española, Universitat de les Illes Balears
El ser humano siempre ha vivido entre la verdad y la mentira, pero nunca antes se había visto obligado a diferenciar constantemente una de la otra. A nadie se le escapa que en las redes sociales aparecen cantidades inmensas de información que en ocasiones no se corresponden con la realidad. Algunas veces esto sucede porque la fuente no es la correcta, pero en otras oportunidades la información se crea artificialmente para sembrar el odio.
En el terreno de las falsificaciones propagadas con malas intenciones se encuentran los Protocolos de los Sabios de Sion. Este documento se publicó en 1903 en la Rusia zarista con el objetivo de justificar los pogromos (masacres de judíos promovidas por el poder) que entonces se estaban llevando a cabo.
Un documento falso
El escrito pretendía revelar, en sus veinticuatro capítulos, una conspiración de los judíos por la que intentarían dominar el mundo a partir del control de los medios de comunicación, la economía y la provocación de conflictos religiosos.
Aparte de inspirarse en este libro, los Protocolos también plagiaron la trama del capítulo “En el cementerio judío de Praga” de la novela Nach Sedan de Hermann Goedsche. El episodio pone el foco en una asamblea de judíos (muertos y vivos) que repasan sus actuaciones en la centuria y planean maléficos proyectos para el siglo entrante.
Sin embargo, esta no habría sido la última influencia ficticia en la creación del documento.
Raíces hispanas
En 1949, el hispanista Jonas Andries van Praag formuló una convincente hipótesis que situaba un texto satírico de Quevedo en el tejido compositivo de la obra de Goedsche, y, por tanto, de los Protocolos.
Se trata de “La isla de los Monopantos”, un relato incrustado en La hora de todos y la fortuna con seso (publicada póstumamente en 1650) que acusaba al conde-duque de Olivares de colaborar con los sefardíes, quienes habían sido expulsados de la península en 1492. La reprobación política tomaba por vehículo una fabulosa junta desarrollada en Salónica, en la que judíos procedentes de toda Europa y los Monopantos (cristianos cómplices de los anteriores) estaban tramando un plan para destruir los cimientos de la cristiandad.
El profesor analizó varios pasajes paralelos de los que se deduciría, a su entender, que el escritor alemán conocía el texto quevediano. Detectaba una conexión, por ejemplo, en la forma en la que se presentan los asistentes a la reunión:
“[…] se juntaron por la sinagoga de Venecia, Rabbi Samuel y Rabbi Maimón; por la de Raguza, Rabbi Aben Ezra; por la de Constantinopla, Rabbi Jacob; por la de Roma, Rabbi Chamaniel; por la de Ligorna, Rabbi Gersomi; por la de Ruán, Rabbi Gabirol; por la de Orán, Rabbi Asepha; por la de Praga, Rabbi Mosche; por la de Viena, Rabbi Berchai; por la de Ámsterdam, Rabbi Meir Armahah”.
“Entonces decid de quién sois representantes y de dónde venís. ¿Tribu de Judá? -De Ámsterdam, respondió una voz fuerte. -¿Tribu de Benjamín? -¡Toledo!, fue la sorda respuesta. ¿Tribu de Leví? -¡Worms! -¿Tribu de Manasés? -¡Budapest! -¿Tribu de Gad? -¡Cracovia! -¿Tribu de Simeón? -¡Roma! -¿Tribu de Zabulón? -¡París! -¿Tribu de Dan? -¡Constantinopla! -¿Tribu de Asher? ¡Londres! -¿Tribu de Isaachar? -La respuesta llegó con voz débil y no pudo oírse con claridad. -¿Tribu de Neftalí? -¡Praga!”.
También permitirían estrechar los cabos dos fragmentos en que los judíos asocian el control de los gobiernos con la concesión de créditos:
“En Ruán somos la bolsa de Francia contra España, y juntamente de España contra Francia socorremos a aquel monarca con el caudal que tenemos en Ámsterdam en poder de sus propios enemigos, a quienes importa más el mandar que le difiramos las letras que a los españoles cobrarlas […] porque nosotros socorremos como el que da con interés dineros al que juega y pierde, para que pierda más”.
(“La Hora de todos y la Fortuna con seso”)
“Todos los príncipes y las tierras de Europa están actualmente endeudados. La Bolsa regula estas deudas. Pero tales cosas sólo se hacen con capital mobiliario; por lo tanto, todo el capital mobiliario debe pasar a manos de los judíos. La base para esto ya está puesta, a juzgar por lo que hemos oído aquí. Si somos supremos en la Bolsa, alcanzaremos la misma supremacía en los gobiernos. Por lo tanto es necesario facilitar los préstamos para que lleguen a nuestras manos tanto más…”
(“Nach Sedan”)
Van Praag fijaba su atención, asimismo, en los elogios que los rabinos dedicaban a los metales preciosos:
“Ha considerado esta sinagoga que el oro y la plata son los verdaderos hijos de la tierra que hacen guerra al Cielo, no con cien manos solas, sino con tantas como los cavan, los funden, los acunan, los juntan, los cuentan, los reciben y los hurtan”.
(“La Hora de todos y la Fortuna con seso”)
“cuando todo el oro de la tierra sea nuestro, el poder pasará a nosotros… El oro es el soberano de la tierra. El oro es poder, recompensa, placer… Todo lo que los seres humanos temen y desean…”
(“Nach Sedan”).
Más allá de las discutibles semejanzas de los lugares paralelos (asentados, en mi opinión, sobre tópicos antisemitas de prolijo abolengo), la conjetura del hispanista sería viable por las enigmáticas circunstancias en las que tienen lugar lugar los encuentros y por los propósitos finales de los mismos.
De hallarse en lo cierto, Van Praag habría logrado ubicar una obrita de Quevedo en los orígenes de una patraña publicada con tres siglos de diferencia que intentó hacer pasar una ficción por un suceso real.
Lamentablemente, los Protocoloshan sido increíblemente tomados por ciertos hasta el día de hoy. Parece así fundamental proporcionar una educación literaria de calidad para que tengamos instrumentos a mano que nos permitan deslindar fácilmente lo estrictamente auténtico de aquello que no se puede interpretar al pie de la letra. Esto urge especialmente en nuestra era, no otra que la de la desinformación.
Jorge Ferreira Barrocal es investigador predoctoral en la Universidad de Valladolid, y recibe financiación de la Universidad de Valladolid y del Banco Santander.
Jeanne du Barry, a última amante oficial do rei Luís XV da França (1754-1793), era uma prostituta.
Odiada pela corte de Versalhes, mas adorada pelo rei, ela conseguiu se impor por seis anos como a favorita do monarca, ignorando todos aqueles que a detestavam por sua profissão vergonhosa e por não pertencer à nobreza. Entretanto, até mesmo a malfadada rainha Maria Antonieta teve que ceder e aceitá-la.
Ela foi retratada durante séculos como vulgar, feia e suja, e nada parecido com a realidade. Como o especialista Emmanuel de Waresquiel escreve em sua biografia de Du Barry, ela era culta, bonita, loira, com traços e comportamento requintados (nada parecido com sua representação em filmes como Maria Antoinette). Ela conhecia os costumes da elegância e do protocolo do Palácio de Versalhes graças a suas relações com a alta nobreza e seu treinamento em um convento. Além disso, seu trabalho como cabeleireira e como costureira em uma oficina de roupas femininas marcou a personalidade e a elegância de seu estilo refinado e sofisticado.
Mas sim, ela era uma prostituta. Foi isso que encantou o rei. Jeanne du Barry era uma especialista profissional em intimidade, fala-se até que ela usava pílulas afrodisíacas. Naqueles anos, ela era uma companheira fiel, que não interferia diretamente nos assuntos do governo do rei. Isso não a impediu de ser considerada manipuladora e ambiciosa.
A época dos libertinos
Jeanne Bécu, seu nome de solteira, conheceu o rei por meio de seu cafetão, o conde Jean-Baptiste du Barry, que tinha contatos entre os cortesãos e conseguiu que o assistente pessoal do rei a introduzisse em sua comitiva, ou melhor, em sua cama.
Isso foi fácil e possível porque, no século 18, a moral da alta sociedade francesa era influenciada pelos libertinos: intelectuais e aristocracia se misturavam em ambientes descontraídos, onde o erotismo, a sexualidade e a liberdade na intimidade não tinham limites. Isso é contado por Pierre Choderlos de Laclos em seu romance Les Liaisons Dangereuses (Ligações Perigosas), de 1782, por meio de 175 cartas nas quais os costumes da época são refletidos. O romance foi várias vezes transformado em filme.
Os reis da França tinham esposas e, geralmente, uma amante oficial, uma favorita. A amante oficial de Luís XV durante anos, Madame de Pompadour, morreu em 1764 e, em 1768, a rainha consorte, Maria Leszczynska, morreu. O herdeiro do trono, Luís Fernando, e sua esposa, Maria Josefa da Saxônia, pais do futuro Luís XVI, também morreram. Portanto, em 1768, quando conheceu Jeanne, Luís era um rei triste e impopular, solitário, com pouco entusiasmo e pouca habilidade para governar.
Então ele encontrou Jeanne
De acordo com os historiadores Emmanuel de Waresquiel (mencionado acima), Marc Fourny e Alexandre Maral, quando Louis conheceu Jeanne, ele se apaixonou e não teve mais amantes até sua morte. Ele tinha 59 anos e ela, 23. Esse relacionamento despertou sua vitalidade perdida e o animou até o dia de sua morte: “Elle est très jolie, elle me plaît; cela doit suffire” (“Ela é muito bonita, eu gosto dela; isso deve ser suficiente”).
Para ser a amante oficial do rei, era desejável que a mulher tivesse um título nobre e não permanecesse solteira, a fim de mostrar uma imagem de decência. O monarca arranjou um casamento branco com o irmão de seu cafetão, Gillaume du Barry, que recebeu dinheiro e bens por isso. Após o casamento, ele se retirou para Toulouse e nunca se tornou realmente seu marido. Em troca, ela se tornou Condessa du Barry.
Foi então que Luís XV levou Jeanne du Barry para morar em Versalhes, em apartamentos particulares ao lado de seus quartos, luxuosamente decorados e com muito espaço, em comparação com o que era comum no palácio na época. Hoje, considera-se que eles exemplificam a elegância e o refinamento da arte do século 18. Ele lhe deu uma mesada de três milhões de libras por ano, além de joias e posses. Sem mencionar um pajem negro, chamado Zamor, um presente de um capitão inglês.
De acordo com os historiadores, Jeanne era desprezada por todos. Uma prostituta, a favorita do rei? Era uma ideia insuportável. É por isso que ela foi insultada por toda Paris, em canções, em panfletos e por todas as classes sociais. Mesmo assim, os testemunhos da época não podem deixar de reconhecer sua postura. Jeanne era educada mesmo diante das humilhações mais explícitas. De acordo com a historiadora Evelyne Lever, ela permaneceu gentil e respeitosa com todos ao seu redor até o fim.
A própria princesa da época, Maria Antonieta, casada com o herdeiro Luís XVI, provocou um incidente diplomático ao não querer sequer cumprimentá-la. Ela a considerava uma prostituta e uma intrusa escandalosa na corte. No final, ela relutantemente cedeu e um dia se aproximou dela e disse:
“Il ya bien de monde aujourd’hui à Versailles”. (“Há muitas pessoas hoje em Versalhes”).
Isso foi tudo. Maria Antonieta continuou a rejeitar e desprezar Jeanne. Esta última tentou, sem sucesso, conquistar sua afeição com presentes e cortesias que a princesa devolvia sem cerimônia. Entretanto, quando chegaram os dias da Revolução e todo o reino também detestava a agora rainha Maria Antonieta, ela cedeu e houve uma reaproximação.
Adeus, Versalhes; olá, guilhotina
Em 1774, o rei adoeceu com varíola. Jeanne cuidou dele mesmo diante do risco de contágio. Em maio, após sua morte, os novos reis Maria Antonieta e Luís XVI a expulsaram imediatamente de Versalhes.
Depois de viver por um tempo em um convento, ela se estabeleceu no palácio de Louveciennes que o rei havia lhe dado, longe da vida da cidade e da corte. Ela levava uma vida tranquila e burguesa, recebendo visitas de seus poucos amigos íntimos. Ela tinha um novo amor incondicional, o Duque de Brissac.
Sua vida poderia ter continuado pacificamente até o fim. No entanto, sofreu um roubo de joias que haviam sido pagas pelos cofres reais: diamantes e pérolas com valor atual de 60 milhões de euros. Ela fez uma denúncia pública em Paris e a notícia a trouxe de volta aos olhos do público. Seus bens, afetos e amizades foram considerados crimes de Estado.
Ela foi presa, julgada pelo tribunal revolucionário e condenada à guilhotina. Jeanne du Barry foi decapitada aos 50 anos de idade em 8 de dezembro de 1793. Diz-se que ela estava gritando, chorando e implorando por mais um minuto de vida.
Ana María Iglesias Botrán não presta consultoria, trabalha, possui ações ou recebe financiamento de qualquer empresa ou organização que poderia se beneficiar com a publicação deste artigo e não revelou nenhum vínculo relevante além de seu cargo acadêmico.
Conocer el sexo de los esqueletos es un aspecto fundamental en los análisis arqueológicos, antropológicos y forenses. Sus resultados nos permiten caracterizar a un individuo y completar la pirámide de población de una comunidad. Además, nos amplía información sobre las sociedades humanas pasadas, su estratificación social, roles de género, formas de vida y prácticas funerarias.
Cuando analizamos un esqueleto, podemos conocer el sexo del fallecido hasta con un 95 % de fiabilidad a partir de indicadores del cráneo y la pelvis, que son las zonas donde mejor se expresan las diferencias entre hombres y mujeres. Estas estimaciones solo son fiables en individuos adultos, una vez que ha finalizado el desarrollo esquelético, a partir de la pubertad.
Retos de los huesos prehistóricos
El panorama se complica cuando estos huesos no se conservan o aparecen muy fracturados, como ocurre a menudo con los que provienen de yacimientos arqueológicos.
El desafío es aun mayor cuando las poblaciones pertenecen a la prehistoria reciente, con grandes tumbas colectivas que acogían cadáveres durante largos periodos de tiempo, a veces hasta un milenio.
En dichas sepulturas, no se suelen identificar individuos completos articulados, sino que los huesos son continuamente removidos y desplazados. Por tanto, lo que el arqueólogo se encuentra es una acumulación de huesos sueltos desordenados y generalmente fracturados por el paso del tiempo y por el trasiego de vivos y muertos en las tumbas.
Información en los huesos largos
Los huesos largos son un excelente alternativa cuando los cráneos y las pelvis no se conservan o están muy degradados, puesto que por su morfología suelen preservarse en buenas condiciones en excavaciones arqueológicas.
Desde mediados del siglo XX, diversas investigaciones los emplean para desarrollar técnicas alternativas de estimación sexual, partiendo de colecciones de esqueletos recientes, de los que se conoce el sexo y la edad de muerte.
Camino del Molino: el mayor cementerio prehistórico europeo
El cementerio colectivo de Camino del Molino, localizado en Caravaca de la Cruz, fue descubierto en 2007 e intervenido de urgencia en 2008 bajo la dirección de J. Lomba, M. López y F. Ramos.
En origen, se trataba de un hipogeo o cueva artificial de siete metros de diámetro que acogió los restos de 1348 individuos durante gran parte del III milenio a.C.
Esta sepultura recibió cadáveres de forma continuada durante unos 600 años. Algunos mantienen su posición original, pero el grueso fueron continuamente reubicados y amontonados para hacer espacio a nuevos cuerpos. Esto provoca que solo se conserven 167 esqueletos articulados completos, mientras el resto forma parte del mayor osario prehistórico conocido hasta la fecha.
Las excepcionales condiciones de Camino del Molino lo convierten en la colección perfecta para desarrollar un estudio osteométrico completo que investigue las diferencias métricas entre hombres y mujeres, como el que llevamos a cabo en el departamento de Prehistoria y Antropología Social de la Universidad de Valladolid.
Gracias a la preservación de casi dos centenares de esqueletos completos, hemos podido definir de forma fiable las características del cráneo y la pelvis que mejor diferencian entre sexos y hacer estimaciones con márgenes de error mínimos.
Nuestro trabajo se centró en realizar un estudio completo de los huesos largos (húmeros, cúbitos, radios, fémures y tibias) de los 109 esqueletos de adultos completos.
Mediante el desarrollo de métodos estadísticos, hemos conseguido obtener 52 fórmulas matemáticas para predecir el sexo con índices de acierto que alcanzan el 98 %.
Predicción estadística
El funcionamiento es sencillo. Únicamente hay que tomar una medida en un hueso largo y aplicar la fórmula matemática correspondiente. Si el resultado obtenido es superior al punto de corte indicado, asumimos que el sujeto es masculino, mientras que, si es inferior, se considera femenino.
Todas las fórmulas seleccionadas superan el 80 % de acierto en la predicción, si bien los mejores resultados se han obtenido al utilizar la anchura de las epífisis.
Además de esta metodología, se ha recurrido al uso de enfoques de aprendizaje automático para ver qué hueso y qué medida funciona mejor en la estimación sexual. Los resultados confirman la importancia de las epífisis proximales de los huesos largos para diferenciar entre hombres y mujeres en esta población, especialmente, las de los fémures y húmeros.
Las epífisis proximales de estos huesos contienen inserciones musculares importantes y transmiten el peso, por lo que la anatomía de estas regiones se ve indudablemente afectada en términos de tamaño y forma, lo que repercute en diferencias claras entre sexos.
Gracias a esta investigación, Camino del Molino se ha convertido en la población europea más antigua analizada para este propósito y en el primer ejemplo ibérico de análisis discriminante en colecciones prehistóricas.
Aplicabilidad del nuevo método
En la península ibérica, existen fórmulas desarrolladas en poblaciones de los siglos XIX y XX de zonas como Granada, Madrid o Coimbra. Sin embargo, la distancia cronológica entre estas colecciones y las prehistóricas provoca que estos métodos no arrojen buenos resultados.
Esto se debe a que cada una está sujeta a diferentes factores genéticos, culturales y ambientales. Por ello, es necesario utilizar fórmulas basadas en poblaciones que vivieran en momentos y condiciones afines a la que es objeto de estudio.
Siguiendo estos criterios, una función puede aplicarse tanto a la población empleada para su formulación como a aquellas que presenten medias similares en las medidas empleadas, que tengan alta afinidad biológica y que compartan condiciones ambientales afines.
Por ello, proponemos la aplicación de esta metodología para realizar estimaciones de sexo más fiables en los huesos desarticulados de Camino del Molino, así como en otras series esqueléticas mediterráneas de la misma cronología.
Sonia Díaz Navarro recibió fondos de la Junta de Castilla y León y el Fondo Social Europeo (ORDEN EDU/574/2018) para el desarrollo de esta investigación. El estudio se ha llevado a cabo en colaboración con los investigadores S. Díez Hermano (UVa), M.A. Rojo Guerra (UVa), J.Lomba Maurandi (UM), C.Valdiosera (UBU), T. Gunther (Uppsala University) y M. Haber Uriarte (UM).
Jeanne du Barry, la última amante oficial del rey Luis XV de Francia (1754-1793), era prostituta.
Odiada por la corte de Versalles pero adorada por el rey, consiguió durante seis años imponerse como la favorita del monarca ignorando a todos los que la detestaban por sus vergonzosa profesión y por no pertenecer a la nobleza. Sin embargo, hasta la malograda reina Maria Antonieta tuvo que ceder y aceptarla.
Pero sí, era prostituta. Eso fue lo que encandiló al rey. Jeanne du Barry era una experta profesional en la intimidad, se habla incluso de que usaba pastillas afrodisíacas. Fue en esos años una compañera fiel, que no interfirió directamente en los asuntos del gobierno del rey. Esto no evitó que fuese considerada manipuladora y ambiciosa.
El tiempo de los Libertinos
Jeanne Bécu, su nombre de soltera, conoció al rey a través de su proxeneta, el conde Jean-Baptiste du Barry, que tenía contactos entre los cortesanos y consiguió que el asistente personal del rey la introdujera en su entorno, o más bien en su cama.
Esto era fácil y posible porque en el siglo XVIII francés la moral de la alta sociedad se dejaba influenciar por los libertinos: intelectuales y aristocracia se mezclaban en ambientes relajados, donde el erotismo, la sexualidad y la libertad en la intimidad no tenía límites. Así lo cuenta Pierre Choderlos de Laclos en su novela Las amistades peligrosas (1782), a través de 75 cartas en las que se pueden ver reflejadas las costumbres de la época. La novela ha sido varias veces llevada al cine.
Los reyes de Francia tenían esposa y, normalmente, una amante oficial, una favorita. La amante oficial de Luis XV durante años, Madame de Pompadour, murió en 1764, y en 1768 lo hizo la reina consorte, María Leszczynska. También habían muerto el heredero al trono, Luis Fernando, y su esposa, María Josefa de Sajonia, padres del futuro Luis XVI. Así que en 1768, cuando conocío a Jeanne, Luis era un rey triste, impopular, se sentía solo, con poca ilusión y arte para el gobierno
Y encontró a Jeanne
Según los historiadores Emmanuel de Waresquiel (anteriormente mencionado), Marc Fourny y Alexandre Maral, una vez que Luis conoció a Jeanne, se enamoró y ya no tuvo más amantes hasta su muerte. Él tenía 59 años y ella, 23. Esta relación despertó su vitalidad perdida y le alegró hasta el día de su muerte: “Elle est très jolie, elle me plaît; cela doit suffire” (Es muy guapa, me gusta; eso debería ser suficiente).
Para ser la amante oficial del rey era conveniente que la mujer tuviera un título nobiliario y que no siguiera soltera para mostrar una imagen de decencia. El monarca concertó un matrimonio blanco con el hermano de su proxeneta, Gillaume du Barry, quien recibió por ello dinero y bienes. Después de la boda, él se retiró a Toulouse y nunca ejerció realmente de marido. A cambio, ella se convirtió en condesa du Barry.
Fue entonces cuando Luis XV se llevó a Jeanne du Barry a vivir a Versalles, a unos apartamentos privados justo al lado de sus habitaciones, decorados con gran lujo y con bastante espacio, comparado con lo que era habitual en el palacio en aquel momento. En la actualidad, se consideran el ejemplo de la elegancia y el refinamiento del arte del siglo XVIII. Le dio una asignación de tres millones de libras anuales, además de joyas y bienes. Sin contar con un niño negro que hacia de paje, llamado Zamor, regalo de un capitán inglés.
Según los historiadores, Jeanne era despreciada por todos. ¿Una prostituta, la favorita del rey? Era una idea insoportable. Por eso era insultada por todo París, en las canciones, en los panfletos y por todas las clases sociales. Aún así, los testimonios del momento no pueden dejar de reconocer su saber estar. Jeanne era cortés incluso ante las más explícitas humillaciones. Según la historiadora Evelyne Lever, permaneció hasta el final amable y respetuosa con todas las personas que la rodearon.
La propia princesa en ese momento, Maria Antonieta, casada con el heredero Luis XVI, provocó un incidente diplomático al no querer ni saludarla. La consideraba una ramera y una escandalosa intrusa en la corte. Al final, cedió a regañadientes y un día se acercó a ella y le dijo:
“Il ya bien de monde aujourd’hui à Versailles”. (Hay mucha gente hoy en Versalles.)
Eso fue todo. Maria Antonieta siguió rechazando y despreciando a Jeanne. Ésta intentó sin éxito ganarse su afecto con regalos y deferencias que la princesa devolvía sin contemplaciones. Sin embargo, cuando llegaron los días de la Revolución y todo el reino detestaba también a la ya reina Maria Antonieta, cedió y hubo un acercamiento.
Adiós, Versalles; hola, guillotina
En 1774 el rey cayó enfermo de viruela. Jeanne lo cuidó incluso ante el riesgo de contagio. En mayo, tras su muerte, los nuevos reyes María Antonieta y Luis XVI la expulsaron de Versalles inmediatamente.
Tras vivir una época en un convento, se instaló en el palacete de Louveciennes que el rey le había regalado, alejada de la vida de la ciudad y de la corte. Llevó una vida burguesa, tranquila, recibiendo visitas de sus pocos amigos íntimos. Tuvo un nuevo amor incondicional, el duque de Brissac.
Su vida podría haber seguido apacible hasta el final. Sin embargo, sufrió el robo de unas joyas que habían sido pagadas por las arcas reales: diamantes y perlas de un valor actual de 60 millones de euros. Hizo una denuncia pública por todo París y la noticia la situó de nuevo en el objetivo de la mirada pública. Sus propiedades, sus afectos y amistades se consideraron delitos de Estado.
Fue detenida, juzgada por el tribunal revolucionario y condenada a la guillotina. Jeanne du Barry murió decapitada a los 50 años, el 8 de diciembre de 1793. Se cuenta que fue entre gritos, llantos y rogando por un minuto más de vida.
Ana María Iglesias Botrán no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
La cirugía nació hace 10 000 años. En este momento de transición del Paleolítico al Neolítico, aparecen en diferentes zonas geográficas (Italia, Francia, Ucrania, Marruecos y Argelia) unos protocirujanos que, con herramientas de piedra, practican las primeras trepanaciones de la humanidad.
Estas pueden definirse como perforaciones en el cráneo que dan como resultado orificios de morfología y apariencia variada según la técnica empleada y la regeneración o no del hueso.
Con el tiempo, el desarrollo de la agricultura trae consigo el dominio de nuevos procedimientos en el campo quirúrgico. Así, la cirugía craneal se generaliza a partir del Neolítico en todo el mundo y va asociada a la implementación de técnicas más complejas.
¿Cómo realizaban las trepanaciones?
En la actualidad se conocen tres técnicas practicadas por las sociedades prehistóricas. Un estudio de 2020 registra 184 trepanaciones en 135 cráneos prehistóricos de la península ibérica y las islas Baleares y apunta que la más empleada era el barrenado, seguido del raspado y de la incisión.
El primero consiste en perforar el cráneo mediante movimientos de semirrotación alterna. Se utiliza una punta lítica y el orificio resultante es circular.
El método de abrasión o raspado se consigue lijando la bóveda craneal, aprovechando su curvatura. Utiliza una herramienta de piedra con aristas o textura rugosa y el resultado final es un orifico elipsoidal.
Finalmente, las trepanaciones incisas son el resultado de cortes utilizando un cuchillo (forma rectangular) o una punta lítica (circular).
Para realizar esta cirugía, la persona afectada posiblemente debía ser fuertemente inmovilizada por otros miembros de la comunidad o tratada con sustancias psicotrópicas que le aliviaran el dolor o le dejaran inconsciente. Existen referencias al uso de psicofármacos como el opio, la hiosciamina y la efedra en épocas prehistóricas y su uso está bien documentado en contextos arqueológicos europeos.
¿Por qué se realizan estas intervenciones?
La razón por la que se efectuaban estas prácticas ha sido una de las cuestiones más debatidas en la literatura científica. Cuando nos encontramos ante un sujeto trepanado, lo primero que tratamos de analizar es la posible existencia de procesos patológicos que justifiquen la intervención.
Sin embargo, en la mayoría de los restos hallados en la península ibérica, no se han identificado lesiones o enfermedades que pudieran motivarla. Esto ha llevado tradicionalmente a los investigadores a plantear como causa principal de las trepanaciones motivaciones mágico-religiosas.
No obstante, en contextos prehistóricos generalmente solo se preserva el esqueleto, por lo que únicamente se pueden valorar las patologías que afectan al hueso. La ausencia de tejidos blandos genera una pérdida de información de gran importancia a la hora de identificar enfermedades que podrían ser tratadas mediante cirugía craneal, como epilepsia, hipertensión, migrañas, tumores, etc.
Por otra parte, contamos con varios ejemplos de sujetos trepanados vinculados a patologías específicas. Recientemente, se ha publicado un estudio sobre la primera intervención de oído de la humanidad, con una doble trepanación en los huesos temporales de una mujer de avanzada edad, recuperada en el dolmen de El Pendón (Burgos).
Esta práctica se puede definir como una mastoidectomía, un procedimiento quirúrgico que se sigue realizando y que posiblemente sirvió para aliviar el dolor que esta mujer sufrió como consecuencia de una otitis y una mastoiditis (infección en el hueso posterior al oído). La regeneración que se observa en ambos oídos demuestra que la paciente sobrevivió a ambas intervenciones.
Otro ejemplo es el del individuo masculino recuperado en el yacimiento neolítico de Can Tintorer (Gavá, Barcelona), que muestra una anomalía congénita en las vértebras cervicales y dos trepanaciones con supervivencia en los parietales.
Los autores de la investigación apuntan que la malformación cervical pudo provocar dolor de cabeza continuo. La documentación de semillas de adormidera, que contiene morfina y codeína, en los depósitos de sarro de esta persona parece sugerir que el continuo dolor de cabeza motivó la realización de las cirugías y el consumo de adormidera.
¿Sobrevivían los pacientes?
La mayoría de individuos muestran signos de supervivencia. Si valoramos la seguridad de las técnicas, observamos que la trepanación por raspado y barrenado son las más seguras, dado que el 90 % de cráneos encontrados que fueron operados con esta metodología muestran regeneración del hueso.
En cambio, solo el 30 % de los individuos viven tras una trepanación por incisión. Esto se debe a que es más peligrosa, pues resulta más difícil controlar la presión del cuchillo mediante cortes.
El riesgo de la operación también depende del área del cráneo a tratar. Determinadas regiones están próximas a senos venosos importantes y músculos que provocan un sangrado abundante. Contamos con ejemplos de trepanaciones craneales preshistóricas en áreas peligrosas como el seno sagital o el hueso temporal.
Para el primer caso destaca el individuo de la fosa sepulcral de La Saga, que muestra una trepanación por incisión y apalancamiento sin supervivencia y signos claros de la práctica de scalping o retirada del cuero cabelludo. El segundo caso se encuentra en el enterramiento colectivo de Camino del Molino, donde se identificó en el cráneo de una mujer una doble trepanación por raspado en el área frontotemporal derecha, con supervivencia prolongada.
La alta tasa de éxito de este tipo de cirugías en la prehistoria se puede explicar por el hecho de que el cirujano generalmente no dañaba las meninges ni el cerebro. Así, el procedimiento no presentaba gran riesgo para individuos con un buen sistema inmunológico que combatiera posibles infecciones posoperatorias.
A estas variables hay que sumar el uso de plantas con propiedades analgésicas y antibióticas naturales y de instrumental lítico estéril. El sílex se desgasta con facilidad al utilizarse y sería necesario retocar las herramientas frecuentemente durante las intervenciones.
¿Podemos hablar de medicina en la prehistoria?
Otro factor fundamental para la supervivencia de los pacientes trepanados era la propia pericia de los cirujanos. En este punto, debemos recordar la hipótesis de la existencia de verdaderos protocirujanos. Podrían haber ofrecido sus servicios de forma itinerante en diferentes núcleos de población, especialmente considerando la agrupación de la mayoría de las evidencias de trepanación prehistórica en áreas geográficas específicas.
Además de la cirugía craneal, contamos con otras pruebas de medicina y cuidado en la prehistoria.
Sabemos que las comunidades prehistóricas practicaban la amputación quirúrgica con éxito. En la cueva de Liang Tebo (Borneo) se ha identificado la amputación más antigua, que data de hace 31 000 años. Se trata de la eliminación del extremo de la pierna izquierda de un individuo que murió a los 19-20 años. Los especialistas indican que el sujeto sobrevivió varios años tras la operación.
Esto evidencia que estas sociedades comprendían la necesidad de quitar la extremidad para sobrevivir y que el riesgo de muerte por lesiones, accidentes e infecciones siempre ha existido.
Asimismo, la supervivencia de muchos individuos a lesiones traumáticas, procesos infecciosos y patologías complejas nos advierte de la importancia de cuidados como el lavado, drenaje, vendado o alimentación de los enfermos. En el contexto de una economía de subsistencia, estos individuos no habrían sobrevivido sin recibir atención de los miembros de su comunidad.
Sonia Díaz Navarro no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
A lo largo de la historia, los textos ficcionales han venido nutriéndose de elementos de la realidad, ya fuera amable, ya fuera trágica. Los dramaturgos del Siglo de Oro (s. XVI y XVII) se tuvieron que desenvolver en un contexto que fue, en lo que respecta a la salud monetaria, un absoluto desastre.
Adulterar la moneda
Los ciudadanos de la España de aquel tiempo se vieron abocados a utilizar en el día a día la moneda de vellón, una moneda de cobre de escasísimo valor. Tuvo lugar esa situación –resumiendo mucho las cosas– porque los gobernantes que sucedieron a los Reyes Católicos ignoraron por completo las medidas que se sancionaron en la Pragmática de Medina del Campo (1497), que pretendía unificar el sistema monetario en los reinos de España y regular el funcionamiento de las casas de moneda y sus trabajadores.
Aquellas disposiciones fueron diseñadas para mantener, justamente, la estabilidad de un sistema en que también circulaban monedas de oro y plata. Las guerras, y las necesidades económicas que estas generaban, aceleraron el cumplimiento de la Ley de Gresham, por la que la mala moneda siempre acaba desplazando a la buena; es decir, en un mercado en el que circulan monedas de plata y de cobre, las de buena ley van desapareciendo porque la gente las acapara.
Más dinero (cueste lo que cueste)
Los reyes necesitaban grandes sumas de dinero para poder financiar las empresas belicosas externas y se aplicaron diferentes procedimientos que, a la postre, resultaron fatales. Se envilecieron los vellones quitándoles la pequeña cantidad de plata que traían al principio, las autoridades dieron orden de emitir millones de maravadíes, los usuarios fueron obligados a llevar a las cecas sus monedas para resellarlas con cifras que no se ajustaban al valor intrínseco, etc.
Naturalmente, algunos no se quedaron impertérritos ante estas circunstancias. Se opuso a aquellos dislates el padre Juan de Mariana, que publicó en 1609 el volumen De monetae mvtatione (y tradujo al castellano con el título Tratado y discurso sobre la moneda de vellón). Allí, el jesuita talaverano denunciaba los abusos que estaban cometiendo los Austrias al manipular la moneda de vellón y, al mismo tiempo, vaticinaba las dramáticas consecuencias que acarrearían dichas adulteraciones.
Ese ejercicio de reprobación supuso la quema de todos los ejemplares del opúsculo –ordenada por el duque de Lerma, valido del rey Felipe III– y la prisión para el pensador.
Vellón ladrón
El teatro puso de manifiesto en algunas oportunidades que el vellón no valía ya para efectuar compra alguna. Sin embargo, los códigos literarios de entonces habilitaban enfrentar la cuestión de una forma menos explícita, a través de agudos juegos que pretendían provocar risa y admiración por el ingenio desplegado.
Por ejemplo, en la pieza de Luis Quiñones de BenaventeLas damas del vellón, la trama se construye sobre una alegoría que presenta a la moneda como un instrumento diseñado para robar: la entrada de una mujer, la dama del vellón, en una cofradía de ladrones de poca monta.
La idea se apoya y refuerza con recursos literarios como el calambur (que altera la agrupación silábica y así modifica el significado de la frase), aplicado en la obra a expresiones como “si sé” y “alquitara”. Al convertirlas en sisé y quitará, se alude –claro está– al hurto a los contribuyentes.
En otras ocasiones las cosas se decían por su nombre, sin ambages. En un momento dado de la comedia de Tirso de MolinaVentura te dé Dios, hijo, asistimos a una pequeña clase en que se le pide al lego Otón que dé unas pinceladas de la actualidad. La criatura literaria indica en su locución:
“El presente es bien vellaco / si el cielo no lo socorre, / moneda de vellón corre, / y reinan Venus y Baco […] Es ciencia la presunción, / ingenio la obscuridad, / el mentir sagacidad, / y grandeza el ser ladrón”.
Más cobre que plata
Más allá de las condenas a las políticas monetarias, los dramaturgos fotografiaron, exprimiendo las correspondencias entre los objetos (en palabras de Baltasar Gracián), fenómenos que surgieron a resultas de la sobreabundancia de cobre.
Uno de ellos fue el premio de la plata (el sobreprecio de las monedas de plata respecto a las monedas de vellón). A partir de ello, Tirso construyó un inteligente equívoco en el drama El amor médico:
TELLO. “¿Eres dama motilona / de la hermana compañera? / ¿Fregatriz o de labor? / No quiero decir doncella, / que esa es moneda de plata, / y como el vellón la premia, / apenas sale del cuño / cuando afirman que se trueca”.
Un sentido apunta al contexto de las mujeres que pertenecían al servicio de una casa, y otro a la virginidad de la muchacha, pues es bien sabido que la moneda de plata no fue alterada y mantuvo intacto su valor.
Como señalé arriba, la circulación masiva de vellones dio lugar a la desaparición de las monedas de oro y plata, cosa de la que se percata un personaje de Los balcones de Madrid (también de Tirso):
CONDE. “Unos pocos de doblones / para que facilitéis / deseos; que cumple a damas / la calle del interés.
LEONOR. «¿En el siglo de vellón / doblones? […] ¡No hay oros en todo el mundo!”.
Puede reconocerse, a la vista de lo anterior, que la dramaturgia barroca dio testimonio de una situación aciaga con una originalidad artística espléndida. Amén de ello, se ha de celebrar la valentía de aquellos escritores, quienes llevaron a las tablas un tema muy espinoso –el económico– cuando la literatura era, entonces, celosamente vigilada por la censura.
Jorge Ferreira Barrocal recibe fondos procedentes de la Universidad de Valladolid y del Banco Santander, que cofinancian un contrato predoctoral del que se beneficia el autor desde enero de 2022, año en que pasa a formar parte del Departamento de Literatura Española y Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Valladolid, donde compagina tareas docentes y científicas.