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Descritos varios genes vinculados a la incomodidad por lentes de contacto

Descritos varios genes vinculados a la incomodidad por lentes de contacto

El IOBA investiga los factores relacionados con las molestias a la hora de usar lentillas, principal causa de abandono de este producto sanitario

Por su facilidad de uso y estética, las lentillas son muy usadas para corregir algunas alteraciones visuales como la miopía, la hipermetropía o el astigmatismo. Sin embargo, en torno al 40% de los usuarios manifiesta molestias de incomodidad cuando las porta. Una investigación de la Universidad de Valladolid (UVa) trata de encontrar una solución a este problema ocular. Para ello, está buscando biomarcadores clínicos que permitan detectar los factores relacionados con la aparición de esta incomodidad en la superficie del ojo. Recientemente, han conseguido describir genes relacionados con el dolor en esa zona.

Las molestias de incomodidad a la hora de usar lentes de contacto son la principal razón para abandonar el uso de estos productos sanitarios, según muestran estudios previos. “Es una condición difícil de medir por diversos motivos: puede presentarse en diferentes grados de severidad, no es permanente, desaparece al retirar las lentes de contacto y muchos usuarios entienden que es normal”, explica Laura Valencia, del Instituto Universitario de Oftalmobiología Aplicada (IOBA) de la UVa y coautora del estudio.

Por ello, en su tesis doctoral, la investigadora busca los biomarcadores que permitan detectar esta incomodidad. Un biomarcador es una herramienta de la Medicina de precisión que aporta información objetiva sobre un proceso biológico como es una molestia en el ojo.  En este caso, los biomarcadores empleados en el trabajo científico basculan entre pruebas clínicas en las consultas habituales de optometría y la obtención de moléculas presentes en la superficie ocular. A través de un estudio exploratorio, dirigido por María Jesús González y Amalia Enríquez de Salamanca, se han conseguido describir varios genes del tejido conjuntival que cambian su expresión cuando se produce la incomodidad por el uso de las lentillas. Los resultados han sido publicados recientemente en The Ocular Surface Journal.

La investigadora Laura Valencia toma una muestra de un usuario con lentillas. Fotografía: Andrea Novo

Análisis genético

Existen determinados genes que entran en funcionamiento o no bajo ciertas condiciones. Una de ellas es el dolor. Cuando se produce un daño en un tejido, como puede ser una lesión o una irritación, algunos genes se expresan y otros dejan de expresarse. En este estudio, financiado por la empresa CooperVision, el equipo de investigación obtuvo muestras de la superficie ocular de usuarios sintomáticos y asintomáticos de las molestias de incomodidad y de otro grupo que no emplea lentes de contacto. A partir de esta recogida, realizó un análisis de expresión génica mediante la técnica de PCR (reacción en cadena de la polimerasa) con retrotranscripción, denominado RT-PCR. “Las diferencias de expresión en varios genes relacionados con el dolor que se han encontrado entre usuarios sintomáticos y asintomáticos constituyen un hallazgo muy importante, ya que pueden suponer un biomarcador objetivo capaz de identificar la incomodidad con lentes de contacto”, aprecia Valencia.

Ahora, el equipo, que pertenece al Grupo de Superficie Ocular del IOBA, pretende correlacionar los resultados obtenidos con otros procedentes de estudios moleculares y de resultados clínicos para crear un sistema de detección de las molestias “más robusto”, avanza la investigadora. El objetivo final consistiría en la búsqueda de soluciones (por ejemplo, materiales de las lentes de contacto o colirios oftálmicos) que disminuyan o regulen los cambios que ocurren en aquellos sujetos que tienen incomodidad con las lentes de contacto, para manejar mejor esta condición y prevenir su aparición.

Una usuaria se coloca una lente de contato. Nataliya Vaitkevich

Una usuaria se coloca una lente de contato. Fotografía: Nataliya Vaitkevich (CC BY 4.O)

Las lentillas mensuales, las más usadas

Las lentes de contacto más utilizadas en España son las blandas de reemplazo mensual. Sin embargo, se ha observado que las lentes blandas de reemplazo diario (es decir, de usar y tirar) producen menos molestias. Por ello, los especialistas consideran que las lentillas de uso diario constituyen una mejor estrategia para mitigar estas molestias por incomodidad. También se emplean de ordinario lágrimas artificiales o lentes de contacto con materiales que deshidraten menos

 

Bibliografía

Calderón-García, A. Á., Valencia-Nieto, L., Valencia-Sandonis, C., López-de la Rosa, A., Blanco-Vázquez, M., Fernández, I., García-Vázquez, C., Arroyo-Del Arroyo, C., González-García, M.J., Enríquez-de Salamanca, A. (2024). Gene expression changes in conjunctival cells associated with contact lens wear and discomfort. The Ocular Surface, 31-42. doi: https://doi.org/10.1016/j.tros.2023.12.004 url: https://uvadoc.uva.es/handle/10324/64577

López-de la Rosa, A., Fernández, I., García-Vázquez, C., Arroyo-Del Arroyo, C., González-García, M.J., Enríquez-de-Salamanca, A. (2021). Conjunctival Neuropathic and Inflammatory Pain-Related Gene Expression with Contact Lens Wear and Discomfort. Ocul Immunol Inflamm, 587-606. doi: https://doi.org/10.1080/09273948.2019.1690005 url: https://uvadoc.uva.es/handle/10324/64577

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El desconocido viaje del príncipe de Gales por la España vaciada

Retrato de Carlos I a caballo, por Anton van Dyck . Royal Collection

Hace poco más de cuatrocientos años, en septiembre de 1623, un joven príncipe extranjero cruzó en su carruaje las tierras del norte de Castilla. Viajaba de El Escorial al puerto de Santander, para embarcar allí de regreso a su reino.

Se trataba de Carlos Estuardo, príncipe de Gales (futuro Carlos I de Inglaterra), e iba con prisa. Quería volver con su padre, Jacobo I, cuanto antes; tal ultrajado se sentía después de pasar cinco meses en la corte de Felipe IV intentando inútilmente acelerar su boda con la infanta María.

Por aquel entonces, la prensa propagó el esplendor de la jornada. Ahora, dos años de investigación de archivo reconstruyen el viaje al completo y desvelan, entre muchas cosas, cómo este encuentro inusual con la realeza inglesa se produjo en una España ya entonces “vaciada”.

Una alianza matrimonial fracasada

Mediante el matrimonio, España e Inglaterra pretendían perpetuar su paz de 1605. Pero conseguirlo iba a ser cosa difícil. El Parlamento inglés (de mayoría anglicana y puritana) se oponía por cuestiones religiosas, Jacobo I seguía aplicando penas a los católicos y España no quería alterar sus viejas alianzas en Europa.

Además, el príncipe se había presentado en Madrid sin previo aviso, ejerciendo una forma de presión poco diplomática. Así que, en las negociaciones, Felipe IV y el conde de Olivares, su valido, jugaron al despiste más que a otra cosa, pues cualquier concesión precipitada podía salir muy cara.

Hasta que a finales de agosto el príncipe Carlos se cansó: regresaría a Inglaterra, aunque tuviera que ser “sin novia, sin nupcias y sin contrato”, como murmuraban los embajadores extranjeros.

El cortejo del príncipe y las recepciones de Segovia y Valladolid

Salió de El Escorial el 9 de septiembre, en un coche de palacio. En otro, iban sus cofres de ropa y joyas; detrás, el favorito de su padre (George Villiers, marqués de Buckingham), el embajador de Inglaterra y unos cincuenta ingleses al servicio.

Del lado español, el conde de Monterrey y otros dos consejeros, junto al conde de Gondomar y un secretario, se encargarían de que los lugares por donde pasara le ofrecieran “agasajo, fiestas y buen reçevimiento”, como si se tratara del propio rey.

Y así lo hicieron. Enseguida la prensa informó de cómo en Segovia le regalaron “fuentes con más de tres mil escudos”, que él “esparció al pueblo”, además de una máscara a caballo, luminarias y toros y un aposento en los Alcázares.


Venus, Cupido y Marte, de Paolo Veronese, el cuadro que le gustó y enviaron al príncipe.
National Galleries of Scotland, CC BY-NC

En Valladolid, pusieron por las calles estandartes, músicos, arcabuceros y obras de platería. Por la tarde, le obsequiaron con la escultura de Giambologna y el cuadro del Veronés que le habían enamorado en los jardines de la Ribera. Después, en el palacio real, él cenó, contempló los fuegos y luminarias y se retiró a dormir.

Los pueblos del norte de Castilla acogen al príncipe

Fuera de la corte, ninguno de los pueblos donde el príncipe paró a dormir sabía muy bien quién era el que llegaba. Menos aún aquellos donde almorzó a mediodía: apenas montadas las mesas, servida y terminada la comida, se tenían que desmontar para proseguir el camino. Pero ellos obedecieron lo mandado.

En Santa María de Nieva (Segovia), durante el paseo, el príncipe Carlos recibió danzas y luminarias en señal de regocijo. Los de Santiuste de San Juan Bautista (también Segovia) le prepararon un encierro y un baile de bienvenida. Olmedo (Valladolid) compró toros para correr y, de noche, soltó otro encohetado.

Herrera de Pisuerga (Palencia) contrató toros, música, baile y comediantes para festejar su venida. Aguilar de Campóo (también Palencia) le entretuvo en el río con la exhibición de un hombre que “entrava devaxo del agua y salia con las truchas en las manos”.

A la gente se le prohibía trabajar en sus labores, para así aumentar la concurrencia. Entretanto, los concejos exprimían sus arcas para correr con los gastos. Buscaban donde no había, porque llevaban décadas vaciadas por la guerra, la peste y la sequía.


Reconstrucción del itinerario recorrido por el príncipe de Gales (en rojo). En amarillo se marca el que se seguía habitualmente, por el camino real que pasaba por Burgos para ir a Francia.
Anunciación Carrera de la Red sobre un mapa del Institut Cartogràfic i Geològic de Catalunya

La “España vaciada”: prisa y embargos

Por los caminos, la prisa del príncipe convirtió el viaje en un tormento. Mandaba hacer hasta diez leguas diarias (casi 50 km), no pernoctar más de una noche en el mismo sitio y, en lugar de seguir hasta Burgos, abandonar el tradicional camino real en Dueñas (Palencia) y dirigirse en dirección norte, derechos al mar. Al cruzar las montañas desde Reinosa (Cantabria) tuvieron que hacer a pie algunos tramos, porque los coches no cabían.

A ese ritmo y sin posadas para el refresco, los animales tampoco resistían. Por ello, los alcaldes y alguaciles emplearon más fuerza de la habitual en conseguir relevo y provisiones.

Todas las mulas que pudieron hallar entre Medina de Rioseco (Valladolid) y Burgos acabaron embargadas. De las tiendas sacaron madera, cera y hasta orinales para los aposentos del príncipe y de su séquito. Y para la provisión de los barcos ingleses tomaron harina, pollos, gallinas, carneros, jamones, quesos, vino, aceite, vinagre, todo lo que hubiera. La tierra era “estéril”, escribieron ellos. El rey contestaba que hicieran “gran fuerza por que la provisión fuese abundantísima y sobrada”.

Por fin en Santander, el heredero inglés no dudó en arriesgar su vida con tal de embarcar, aun en plena tormenta. Permaneció en su barco hasta que amainó y pudieron zarpar a Inglaterra el 24 de septiembre.

Ya en Inglaterra

Cuando en marzo de 1625 Carlos se convirtió en rey de Inglaterra, las capitulaciones de boda que había firmado en España ya eran historia. Tardó tres meses en casarse con la hermana del rey de Francia y otros tres en declararle la guerra a Felipe IV.

Todavía no se ha podido explicar bien por qué razón no prosperó el enlace. Lo que sí es claro es que en ello nada tuvieron que ver estos pueblos y ciudades castellanos, porque no hicieron más que la costumbre: dar hasta lo que no tenían.

La reconstrucción de la jornada a Santander del Príncipe de Gales se ha realizado con el apoyo del Ministerio de Ciencia e Innovación, Gobierno de España, y la Agencia Estatal de Investigación: Proyecto MIST: Intercambios entre la Península Ibérica y las Islas Británicas de la época moderna extensa (PID2020-113516GB-I00). Se ha presentado en el Warburg Institute de Londres y el recurso digital Spanish Connections expone algunas de las fuentes documentales en que se basa.

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War in Europe is more than 5,000 years old – new research

Image of the site of San Juan ante Portam Latinam (Laguardia, Álava). José Ignacio Vegas / Universidad de Valladolid

Conflict has existed throughout human history, and it has often been violent. Attacks, assassinations, raids, ambushes and vendettas feature in archaeological records almost as far back as the origin of humankind itself. But not war.

War – as opposed to conflict – requires organisation, be it temporary or permanent. This usually involves the creation of institutionalised armies belonging to at least one of the groups involved. War legitimises violence, meaning one person can kill another without it being considered murder. War is also temporary by nature, usually lasting for a period of months or years.

Various studies suggest a connection between the birth of war and human settlement, when control of land and property became increasingly important.

The emergence of surpluses during the Neolithic era, especially in agriculture and livestock, soon led to concentrated power, permanent inequality, and the desire to expand and defend territories. It also led to the establishment of the first states, which maintained, expanded and consolidated power by recruiting large armies to wage war as we understand it today.

The birth of war

To trace the emergence of warfare, prehistorians and archaeologists have long been forced to rely on indirect indicators. These include defences, recorded appearances of weapons, or the identification of certain graphic elements, such as cave paintings. More recently, research has shifted towards direct evidence, particularly wounds on human bones, which are arguably the most incontrovertible evidence we have of past violence.

Thanks to advances in forensic anthropology, we have learned that the vast majority of known mass burial sites with signs of violence in European prehistory until well into the Neolithic era (6000-3000 BC) were essentially massacres. These were indiscriminate killings of communities of no more than 20-30 people, including whole populations of men, women and children, as a result of brutal surprise attacks by other groups.

The few archaeological sites that do not fit into this category appear to be the result of sacrifices or other violent ritual practices.

At sites such as the British settlements of Crickley Hill and Hambledon Hill, the discovery of hundreds of arrow heads around defences might suggest large coordinated attacks, but there is little to no skeletal evidence that they had actually been used in battle. For this, one would have to wait until the Bronze Age, around 1200 BC and the Battle of Tollense in Germany.

San Juan ante Portam Latinam: broken bones and paradigms

The burial site at San Juan ante Portam Latinam (SJAPL) was discovered in 1985 in Laguardia (Álava, Spain), and was excavated by J. I. Vegas and his collaborators 1990 and 1991. The skeletal remains of at least 338 people were found there, which were dated to around 3200 BC, in the late Neolithic period.

Initial studies found evidence of violence. Specifically, there were 53 head injuries and eight arrowhead wounds that had occurred some time before death (antemortem), and had already healed. However, there were also five arrowhead wounds and one head injury that had occurred around the time of death (perimortem), and had not healed.

Furthermore, it was suspected that the 52 flint arrowheads found in isolation (most with signs of impact) had been stuck in the bodies buried there, and had not been deliberately buried with them. Therefore, despite the apparently limited number of unhealed wounds, the burial site was originally thought to be the result of a massacre, possibly because of the lack of known prehistoric sites with signs of collective violence at the time.

Previous study on European Neolithic sites with evidence of violence soon made the uniqueness of SJAPL clear. While perimortem trauma, especially cranial trauma that is typical of melee combat, predominated at other sites, arrowhead wounds – evidence of combat at a distance – and antemortem trauma seemed to predominate at SJAPL. This suggested a longer, more complex and less lethal conflict.

The demographic at the site is also different from others. While at other sites there were men, women and children, there were predominantly adolescent or adult males at SJAPL.

Reexamining the remains

Recently, we have reexamined the remains found at SJAPL to assess its singular, anomalous results. This review identified a total of 107 head injuries, of which 48 were unhealed and 59 healed, and a total of 47 injuries to other parts of the skeleton, of which 17 were unhealed and 30 healed.

Interestingly, the vast majority involved adolescent and adult males, particularly those that were unhealed. In addition, some of these men were found to have both healed and unhealed wounds, indicating that they had been exposed to violence on several occasions.


Photograph of a skull with impact injuries.
Teresa Fernandez Crespo/Universidad de Valladolid

This review estimated that at least 23% of the people buried at SJAPL had suffered a violent event in their lifetime, and at least 10% had died as a result. However, this is a very low estimate, as it does not take into account the 52 arrowheads that may have impacted soft tissue, nor injured bones that cannot be linked to specific individuals. Including these factors would mean that an estimated 90 individuals (27%) died due to violence at SJAPL.

In addition, it is worth bearing in mind that only around 50% of wounds leave a mark on the bone, and that the preservation of the remains at SJAPL is quite poor, with multiple recent postmortem fractures affecting the record. Therefore, the final number could easily be double or triple our estimates.

Based on these results, SJAPL is the oldest European site to date in which a large scale, organised and long-lasting conflict has been clearly documented. Furthermore, the area of Rioja Alavesa, where SJAPL is located, is the European region with the highest total number of arrowhead wounds (identified in at least three other sites), all of them from between 3380 and 3000 BC, indicating a regional conflict.

High rates of nutritional deficiency documented in SJAPL show a declining quality of life, but also reveal the previously unsuspected logistical capacity of late neolithic communities to sustain violent conflict over time, i.e. to wage war. That makes it the first documented example of warfare on the continent in Neolithic times, almost two millennia earlier than previously assumed.

Teresa Fernández Crespo has received funding from the British Academy (NF170854), the European Union (MSCA-IF790491), and the Spanish Ministry of Science and Innovation (CNS2022-136080) in carrying out and publishing this research.

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Una nueva investigación prueba que la guerra en Europa tiene más de 5 000 años

Imagen del yacimiento de San Juan ante Portam Latinam (Laguardia, Álava). José Ignacio Vegas / Universidad de Valladolid

El conflicto ha existido siempre. Y en muchas ocasiones a lo largo de la historia se ha resuelto mediante la violencia. Agresiones, asesinatos, razias, emboscadas y vendettas pueden rastrearse en el registro arqueológico prácticamente desde los orígenes de la humanidad. Pero no la guerra.

La guerra –al contrario que las formas de violencia enumeradas– requiere de organización temporal o permanente. Esta suele involucrar la creación de ejércitos con distintas formas de institucionalización (jerarquía, protocolos) y legitimación, al menos por parte de uno de los grupos implicados. Esto significa que, durante la guerra, la gente puede matar a otra gente sin que se considere asesinato. La guerra, además, ha de tener una discrecionalidad temporal específica, generalmente situada entre meses y años. Es decir, no puede durar solo unas horas o unos días; tampoco extenderse a lo largo de siglos o milenios.

Diversas investigaciones sugieren una conexión entre el nacimiento de la guerra y la acentuación del sedentarismo, cuando el control de la tierra y la propiedad privada empezó a ser cada vez más y más importante.

La aparición de excedentes, sobre todo agrícolas-ganaderos, durante el Neolítico pronto resultó en una tendencia a la concentración del poder, a la desigualdad permanente, al deseo de control de territorios mayores y a la necesidad de defenderlos. También condujo al establecimiento de los primeros estados, donde la guerra fue con frecuencia usada para mantener, expandir y consolidar el poder, siendo ya capaces de reclutar grandes ejércitos y de librarlas en el sentido moderno del término. ¿Pero cuándo empezó la guerra? Gracias a la arqueología podemos acercarnos a la respuesta.

Lo que sabíamos sobre la aparición de la guerra

Para rastrear la emergencia de la guerra, durante mucho tiempo los prehistoriadores se han visto obligados a recurrir a indicadores indirectos como la presencia de defensas, la aparición de armas en el registro o la identificación de ciertos elementos gráficos, como escenas rupestres de temática afín. Más recientemente, la investigación ha basculado hacia evidencias directas, particularmente las heridas en huesos humanos que –sin duda– son la evidencia más incontestable que podemos tener de la violencia en el pasado.

Gracias a avances metodológicos en antropología forense, sabemos que la gran mayoría de los enterramientos múltiples con signos de violencia conocidos en la prehistoria europea hasta bien entrado el Neolítico (6000-3000 a. e. c.) responden esencialmente a masacres. Es decir, a matanzas indiscriminadas de comunidades de no más de 20–30 personas, con representación de todo el espectro poblacional (hombres, mujeres y niños), como resultado de brutales ataques por sorpresa de otros grupos.

Los pocos yacimientos que no caben en esta categoría parecen responder a sacrificios u otras prácticas rituales violentas. En sitios como los asentamientos británicos de Crickley Hill y Hambledon Hill, el hallazgo de cientos de puntas de flecha entorno a las defensas podría sugerir grandes ataques coordinados, pero no cuentan con evidencia esquelética o es muy pobre. Para eso había que esperar hasta la Edad del Bronce, cerca del 1200 a. e. c. (como por ejemplo, en la Batalla de Tollense, Alemania).

San Juan ante Portam Latinam: huesos y paradigmas rotos

El enterramiento del abrigo bajo roca de San Juan ante Portam Latinam (SJAPL) se descubrió en 1985 en Laguardia (Álava). J. I. Vegas y sus colaboradores lo excavaron entre 1990 y 1991. En él aparecieron amontonados los restos esqueléticos de al menos 338 personas, que fueron datados en torno al 3200 a. e. c., en el Neolítico final.

Ya los primeros estudios documentaron huellas de violencia. Concretamente, 53 traumatismos craneales y ocho heridas por punta de flecha ocurridas tiempo antes de la muerte (antemortem), ya cicatrizadas. Pero también un traumatismo craneal y cinco heridas por punta de flecha ocurridas en torno al momento de la muerte (perimortem), sin cicatrizar.

Además, existía la sospecha que las 52 puntas de flecha de sílex encontradas aisladas (la mayoría con signos de impacto) habían llegado ahí clavadas en los cuerpos y no como parte del ajuar funerario. Así las cosas, pese al aparentemente limitado número de heridas sin cicatrizar, el enterramiento se definió originalmente como una masacre, posiblemente por la escasez de yacimientos prehistóricos con signos de violencia colectiva conocidos en aquel momento.

El corpus de yacimientos neolíticos con registro violento que conocemos actualmente en Europa se encargó pronto de señalar la singularidad de SJAPL. Mientras que en aquéllos predominaban los traumas perimortem, sobre todo craneales, típicos de la violencia cuerpo a cuerpo, en SJAPL parecían hacerlo las heridas por punta de flecha –evidencia de combate a distancia– y los traumas antemortem, sugiriendo un conflicto complejo, largo y de escasa letalidad.

Además, la demografía también difería. Mientras que en los otros yacimientos, varones, mujeres y niños tendían a replicar las proporciones de una población natural, en SJAPL predominaban los hombres adolescentes y adultos.

Nueva revisión de los datos

Recientemente, hemos reexaminado la colección para valorar estas singularidades. Dicha revisión identificó un total de 107 traumatismos craneales, de los cuales 48 estaban sin cicatrizar y 59 cicatrizados; y un total de 47 traumatismos postcraneales, de los que 17 estaban sin cicatrizar y 30 cicatrizados.

Interesantemente, la práctica mayoría afectaban a varones adolescentes y adultos, muy particularmente aquellos sin cicatrizar. Además, se observó que en algunos de estos varones concurrían heridas cicatrizadas y sin cicatrizar, lo cual indicaba que estuvieron expuestos a la violencia en varias ocasiones, como también lo sugería la alta prevalencia de heridas cicatrizadas.


Fotografía de cráneo con impacto.
Teresa Fernandez Crespo/Universidad de Valladolid

Esta revisión estimó que al menos el 23 % de las personas enterradas en SJAPL sufrieron algún episodio violento a lo largo de su vida y, como mínimo, el 10 % murió a consecuencia de ello. Sin embargo, esta es una estimación muy a la baja, pues no considera las 52 puntas de flecha que potencialmente impactaron en los tejidos blandos ni aquellas heridas aisladas no atribuibles a individuos concretos. De hacerlo, esto supondría que alrededor de 90 individuos (un 27 %), al menos, habrían muerto violentamente en SJAPL.

Además, conviene tener en cuenta que solo en torno a un 50% de las heridas deja marca en el hueso, y que la conservación de los restos en SJAPL es bastante pobre, con múltiples fracturas recientes que impiden un registro completo. Por ello, el número final podría fácilmente duplicarse o triplicarse.

A tenor de estos resultados, SJAPL es a día de hoy el yacimiento europeo más antiguo en el que se ha documentado claramente un conflicto a gran escala (con un elevado número de gente involucrada), organizado (protagonismo de los varones, actuando como combatientes) y duradero (meses, si no años). Además, Rioja Alavesa, donde se localiza SJAPL, es la región europea con mayor número absoluto de heridas por punta de flecha (identificadas al menos en otros tres yacimientos), todas ellas concentradas entre el 3380 y el 3000 a. e. c., lo que indica la celebración de un conflicto de carácter regional.

Las altas tasas de estrés inespecífico documentadas en SJAPL denuncian un empeoramiento de la calidad de vida, pero también revelan una insospechada capacidad logística de las comunidades neolíticas finales para sostener –aunque no sin coste– un conflicto violento en el tiempo. Es decir, para librar una guerra. La primera guerra documentada en el continente en tiempos neolíticos, casi dos milenios antes de lo tradicionalmente asumido.

Teresa Fernández Crespo ha recibido fondos de la British Academy (NF170854), la Unión Europea (MSCA-IF790491), y el Ministerio de Ciencia e Innovación (CNS2022-136080) para la realización y la publicación de esta investigación.