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Cómo el fútbol condiciona la masculinidad y las relaciones de género en los colegios

Dmitrii Rud/Shutterstock

En muchos patios de colegios, el fútbol no es solo un juego; es un fenómeno social que define relaciones, exclusiones y, sobre todo, masculinidades, ya que son mayoritariamente los niños, y no las niñas, los que dedican el recreo a este deporte.

En algunos países europeos (por ejemplo, Alemania y Escocia), el fútbol tiene protagonismo en el tiempo de recreo, aunque por lo general los espacios escolares se organizan de tal manera que se ofrezcan diferentes alternativas de ocio.

En España y en otros países latinoamericanos (hemos recogido experiencias de países como Chile, Colombia y Costa Rica), ocurre que el fútbol es el juego principal y, en algunos casos, prácticamente exclusivo, ocupando los espacios centrales y dejando poco margen para formas alternativas de juego y deporte, sobre todo en escuelas que cuentan con recursos económicos más limitados para opciones de ocio.

A simple vista, nada que objetar: es un deporte de equipo que permite a los escolares disfrutar del aire libre, hacer ejercicio y construir relaciones. Pero ¿qué significa que un niño solo tenga esta alternativa de cara a la construcción de su identidad? ¿Cómo influye en sus relaciones y en las expectativas sociales el hecho de definirse, en el patio, como un niño que juega al fútbol o uno que no? ¿Cómo le marca en otros aspectos de su vida su papel dentro del juego?

Hemos analizado a lo largo de ocho cursos académicos si el fútbol en los patios escolares refleja o refuerza dinámicas de poder, inclusión y exclusión. Y hemos podido comprobar que, más allá del balón, este deporte actúa como un escenario donde se negocian y afirman roles de género, y donde no jugar significa, muchas veces, quedarse al margen.

Cómo el fútbol monopoliza el patio

Uno de los aspectos más valiosos de nuestra investigación es su carácter longitudinal: hemos acompañado a varios niños desde los 3 hasta los 10 años, observando cómo sus experiencias con el fútbol han evolucionado a lo largo del tiempo. Este seguimiento nos ha permitido identificar distintos tipos de trayectorias en su relación con este deporte y, sobre todo, cómo el fútbol en el recreo contribuye a la construcción de la masculinidad.

Desde muy pequeños, los niños empiezan a interiorizar que el fútbol no es solo un juego, sino un espacio de validación social. Al inicio de la Educación Infantil (3-5 años), constituye una actividad más dentro de un abanico diverso de juegos: los niños corren, construyen, imitan, exploran.

Sin embargo, al entrar en Educación Primaria (6 años), el fútbol comienza a monopolizar el recreo, y con ello surge una presión silenciosa: jugar se convierte en un requisito casi obligatorio para formar parte del grupo masculino.

Estrategias de los niños ante el fútbol

Hemos observado distintas formas en las que los niños lidian con esta imposición. Algunos, como Daniel, encuentran en el fútbol una pasión que les da identidad, pero también una fuente de tensiones: la necesidad de destacar, el miedo a la burla si fallan un pase, la competencia constante.

Otros, como Juan, lo utilizan como una herramienta de integración: quizás no les apasiona tanto, pero entienden que jugar les permite hacer amigos y sentirse parte del grupo.

Nuestro último caso es el de Pablo. Se trata de un niño sociable y querido a quien el fútbol no le interesa. A veces siente que el balón no solo ocupa el espacio físico del patio, sino también la atención y la dinámica del grupo. Prefiere otras formas de juego, pero ve cómo sus amigos terminan sumándose al fútbol para no quedarse fuera, y teme que, con el tiempo, pueda quedarse solo.

Más que desinterés, su rechazo es también una forma de resistencia: no se siente cómodo con la agresividad y la presión que rodean el juego en el recreo. Su historia refleja cómo, en un entorno donde el fútbol domina, quienes no juegan pueden quedar relegados a un segundo plano.




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Escuela de masculinidad

El recreo es mucho más que un tiempo de descanso: es un escenario donde se ensayan y refuerzan los códigos de lo que significa “ser un niño”. Y en gran parte de los colegios, el fútbol constituye la actividad que organiza ese aprendizaje. Para muchos, jugar bien a este deporte equivale a tener estatus y ser reconocido por los demás. Los niños aprenden que la masculinidad está ligada a la competitividad, la resistencia física y la necesidad de imponerse sobre el rival. Los que no encajan en esta dinámica corren el riesgo de ser etiquetados como “débiles” o “poco masculinos”.

Pero lo más significativo no es solo lo que ocurre dentro del campo, sino lo que sucede alrededor. El fútbol en el recreo actúa como un mecanismo de inclusión y exclusión: hay quienes tienen derecho a jugar y quienes no; quienes son líderes y quienes son suplentes; quienes mandan y quienes deben conformarse con mirar. Es un espacio de jerarquización masculina, donde las reglas no solo determinan el marcador, sino también la posición social dentro del grupo.




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Un juego jerárquico y excluyente

En nuestras observaciones, hemos detectado varias razones por las que el fútbol es protagonista del ocio masculino infantil. Por un lado, muchos escolares asumen que es el “juego natural” de los chicos, lo que deja fuera tanto a las niñas como a aquellos niños que, por falta de interés o habilidad, no se sienten cómodos en ese entorno.

Por otro lado, el diseño del patio refuerza esta dinámica: el fútbol ocupa los espacios centrales, dejando a quienes no juegan en los márgenes. Además, su estructura competitiva establece jerarquías donde destacar en el juego otorga reconocimiento social, lo que empuja a muchos niños a participar para no quedar excluidos.

La influencia cultural también juega un papel clave: el fútbol está presente en la familia, los medios y la sociedad, reforzando la idea de que es el lenguaje común entre los niños y un símbolo de pertenencia. Así, no jugar puede significar quedar en una posición secundaria en la vida social del recreo.

En el caso de las niñas, cuando intentan jugar, suelen ser relegadas a posiciones secundarias (como porteras) o directamente ignoradas.

Un cambio de cultura futbolística

Hay escuelas que ya han empezado a equilibrar la preponderancia de este deporte con estrategias sencillas: partidos mixtos con reglas que fomenten la participación de todos, “días sin fútbol” que permitan que otros juegos tengan protagonismo, o una mejor distribución del espacio para que no todo gire en torno al balón. También es importante revisar cómo se organizan los equipos, evitando que siempre sean los mismos quienes eligen y quienes quedan fuera.

Pero el cambio no es solo estructural, también es cultural. Si queremos que el fútbol deje de ser una fuente de exclusión, hay que trabajar con los niños para que lo vivan de otra manera: con menos agresividad, más respeto, más cooperación. El juego limpio y la empatía son valores que se pueden reforzar desde la escuela para que la cancha sea un espacio de encuentro, no de rivalidad extrema o de marginación.

Para ello hace falta que los educadores y responsables políticos se impliquen: que reconozcamos el impacto que tienen estas dinámicas en la formación de los niños y exploremos alternativas que permitan que todos los escolares se sientan incluidos, competentes y valorados. Sobre todo, debemos cuestionar la idea de que jugar al fútbol (o jugar bien al fútbol) es una condición para formar parte del grupo.

The Conversation

Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.