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El clima de odio contra la AEMET: una tormenta de desinformación (muy calculada)

Roman Samborskyi/Shutterstock

La Agencia Estatal de Meteorología en España (AEMET) ha sido objeto de una creciente ola de insultos y amenazas en sus redes sociales. Esta hostilidad se ha intensificado en los últimos años, vinculada a la proliferación de teorías de la conspiración y desinformación que niegan el cambio climático.

No es un fenómeno aislado en España –y que vimos agravado durante la dana que afectó a parte de España en octubre de 2024–: en países como Estados Unidos, los meteorólogos sufren situaciones similares, especialmente tras eventos climáticos extremos como los huracanes como Helene y Milton.

Estas campañas de odio y desinformación no solo afectan a la integridad y seguridad de los profesionales de la meteorología, sino que también socavan la confianza pública en las instituciones científicas.

La difusión de teorías conspirativas, como la de los chemtrails (aviones que supuestamente fumigan para cambiar el clima y provocar sequías), ha llevado a que los meteorólogos sean acusados falsamente de manipular el clima, recibiendo por ello amenazas directas a su integridad física.

La estrategia que está detrás: la “lluvia fina”

Las campañas de odio y desinformación contra la Agencia Estatal de Meteorología, según se muestra en el trabajo publicado recientemente en la revista Social Inclusion, se articulan mediante acciones meticulosas que buscan erosionar la confianza en la ciencia y las instituciones.

Una de las tácticas empleadas es la denominada “lluvia fina”, que consiste en la difusión constante y sutil de mensajes falsos o distorsionados para influir en la percepción pública. Esta técnica se basa en la repetición persistente de desinformación, logrando que, con el tiempo, las personas internalicen estas falsedades como verdades.

En este contexto, los llamados “nanoinfluencers” desempeñan un papel crucial. Aunque son perfiles que cuentan con unas audiencias más reducidas en plataformas como X (anteriormente Twitter), su cercanía y credibilidad les permiten amplificar mensajes conspiranoicos que logran una gran difusión en las redes con el apoyo de los algoritmos. Paralelamente, las granjas de trolls y los bots automatizados se dedican a generar y propagar contenido hostil y desinformativo, creando una apariencia de consenso y validación social.

Esta combinación de actores y tácticas facilita el “cultivo de activos ignorantes”, es decir, individuos que, sin ser conscientes de ello, se convierten en propagadores de desinformación, contribuyendo a la erosión de la confianza en entidades científicas como la AEMET.

En el trabajo publicado en Social Inclusion se denuncia un porcentaje significativo de mensajes con contenido de odio dirigidos hacia la AEMET, impulsado por teorías conspiranoicas y negacionistas.

Alrededor del 25 % de los textos analizados contenía hostilidad en grados variados. Esto indica que una parte considerable de la conversación online sobre la agencia está marcada por emociones negativas, que van desde insultos a ataques a la integridad profesional de los científicos y meteorólogos.

El impacto de este tipo de mensajes va más allá del mero daño emocional o personal a la AEMET y a sus profesionales, dado que este discurso del odio genera un clima desinformativo que contribuye a la erosión de la confianza en estas entidades, lo que termina por desencadenar un escepticismo generalizado hacia la ciencia. Este tipo de desconfianza puede derivar en consecuencias graves, como la falta de preparación ante emergencias climáticas o la indiferencia ante alertas meteorológicas críticas.

Por otra parte, el análisis de los mensajes muestra que una gran parte del odio hacia la AEMET está vinculado a la difusión de teorías de conspiración, especialmente aquellas relacionadas con la geoingeniería y los chemtrails. Estas narrativas, que alegan que la agencia meteorológica y otras instituciones científicas manipulan el clima con fines oscuros han sido promovidas por ciertas comunidades en línea movidas por unos intereses muy concretos.

Los mensajes que mencionan estas teorías –y que ganan visibilidad gracias a los algoritmos– no solo desinforman, sino que también generan un entorno marcado por el odio, la radicalización y el rechazo de la evidencia científica.

¿Quiénes están detrás?

Desacreditar instituciones científicas como la AEMET puede ser útil para ciertos movimientos que buscan consolidar poder e influencia. Cuando la población deja de confiar en fuentes oficiales, es más fácil que se adhiera a discursos alternativos que esos grupos promueven. De este modo, la desinformación se convierte en una herramienta eficaz para manipular la opinión pública, frenar avances científicos y socavar la confianza en instituciones clave para la sociedad.

Erosionar la confianza en la ciencia y las instituciones no es, por tanto, un fenómeno espontáneo, sino una estrategia con objetivos y actores concretos. El discurso de odio hacia la AEMET no es solo una manifestación aislada de hostilidad, sino parte de un problema más amplio relacionado con la desconfianza hacia la ciencia y la difusión de teorías conspirativas generadas por un interés desinformativo.

Abordar estos problemas requiere una combinación de esfuerzos: mejorar la comunicación científica, fortalecer la moderación de contenido en las plataformas de redes sociales y promover una cultura de diálogo respetuoso y basado en la evidencia. Solo con una respuesta colaborativa y bien fundamentada se podrá mitigar el impacto del odio y la desinformación en las instituciones científicas, protegiendo así su integridad y credibilidad en el futuro.

The Conversation

Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.

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¿Por qué ya no vamos a la taberna sino a la vinoteca? El rico vocabulario del vino y la vid

Dolores Giraldez Alonso/Shutterstock

El mundo del vino ocupa una parte importante de nuestro patrimonio cultural inmaterial. Más allá de su valor económico y gastronómico, el vino está presente en nuestro idioma. Desde refranes: “Con pan y vino se anda el camino” o “Vino con queso sabe a beso” a canciones como la que popularizó Manolo Escobar que decía: “Viva el vino y las mujeres”. Rafael Farina cantaba al “vino amargo el que bebo, (…) vino amargo que no da alegría” y Estopa “soy como un vino tinto, que si me tomas en frío engaño, y con los años me hago más listo”.

El vino está presente en la mayoría de eventos (institucionales, familiares o sociales) y en la religión cristiana la sangre derramada por Jesucristo es representada por esta bebida. Es decir: en el colectivo popular está presente la cultura vitivinícola de una u otra forma.

El vino y su mundo en nuestro idioma

Como no podía ser de otra manera, el mundo del vino está muy presente en nuestra lengua. Estudiar, recuperar, analizar y enseñar la gran variedad de léxico existente consecuencia de la presencia de viñas por todo el territorio nacional es lo que hacen los expertos detrás del Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía (ALEA), por ejemplo, que en 2023 cumplió 50 años de existencia.

En este medio siglo las transformaciones socioeconómicas, el desarrollo tecnológico o el de las comunicaciones han influido e influyen en la aparición y desaparición de términos. En el ALEA podemos observar todos estos cambios y cómo algunos términos desaparecen o sufren modificaciones en función del área geográfica en que se usan. Esto es lo que hemos investigado en un reciente trabajo de campo.




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Usos locales de palabras

Pese a la ubicuidad del vino y del mundo entorno al cultivo de la uva, es curioso comprobar que existen términos específicos que son locales. Por ejemplo, la palabra “mayetos” se usa en el municipio onubense de La Palma del Condado (cuya producción vinícola pertenece a la denominación de origen de Condado de Huelva) para referirse al grupo de jornaleros que vendimian una propiedad. Sin embargo, ese término es desconocido en el territorio zamorano y salmantino que abarca la denominación Arribes del Duero.

Por el contrario, el término “corvillo” (instrumento con forma de hoz pequeña para cortar los racimos de uvas) se usa en las tierras que ocupan las denominaciones de origen de Arribes, pero en la localidad onubense no es conocido.

También existen palabras que se emplean en todas las zonas pero con significados diferentes. La palabra “capachos” se refiere en La Palma del Condado a un tipo de cesta de esparto empleada en la recogida de la uva. Sin embargo, en Fermoselle (municipio zamorano con la denominación de origen de Arribes del Duero) designa un apero redondo de esparto para la elaboración de aceite.

Un capacho, en La Palma del Condado (Huelva).
Wikimedia Commons, CC BY
Un capacho, en Fermoselle, Zamora.
El cortijuelo de San Benito.

El término “yema”, para referirse a los brotes de la vid, se usa por igual en todas las zonas.

Comemos los ‘babos’ y dejamos el ‘escobajo’

Los caprichos dialectológicos hacen que los “granos de uva” o “uvas” se conozcan en Fermoselle como “babos”. Entre las definiciones encontradas en la RAE para este término, ninguna se relaciona con el contexto vitivinícola, aunque sí aparece en el Diccionario de las Hablas Leonesas y se asocia a la zona del Bierzo (León) y a Salamanca, pero no a regiones zamoranas.

¿Se han parado alguna vez a pensar si existe una manera de referirse a lo que queda de un racimo de uvas cuando nos las hemos comido todas? En el ALEA tenemos “escobajo”, mientras que en el municipio onubense aparece “gabado”. Por su parte, la forma usada en Fermoselle es “cascabujo”, término que no consta en los diccionarios.


Shutterstock

La forma más similar encontrada es “cascabullo” que está asociado al cascabillo de la bellota. No obstante, tanto “babo” como “cascabujo” muestran vitalidad en la localidad zamorana, ya que son ampliamente conocidos por los habitantes del municipio.




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¿Se acabaron las tabernas?

Algo que hemos podido comprobar en nuestra investigación es que el término “taberna” comienza un proceso de mortandad en ambas zonas, en favor del vocablo “vinoteca”, término que resulta más moderno y chic para nuestra sociedad, a pesar de las diferencias connotativas de los dos términos.

Otra palabra que está cayendo en desuso es “zarcillo”, que es esa parte fina y alargada, en forma de tirabuzón, que las plantas desarrollan en sus extremos para agarrarse: en La Palma del Condado es desconocida y, en su lugar, aparece “tijereta”. Por su parte, en Fermoselle los habitantes se muestran dubitativos ante ese término reflejado en el ALEA.

Un ‘zarzillo’, palabra casi en desuso.
Shutterstock

Partiendo del ALEA, otros términos que también han desaparecido o están en proceso de mortandad en estas dos zonas son “postura” o “vid nueva”, que están dando paso al vocablo “majuelo” para hacer referencia a una vid o a una viña nueva; “granillo/a” para referirse a las uvas no maduras en un racimo que ya ha madurado; o “espita” en La Palma del Condado y “canilla” en Fermoselle, dos términos que se refieren al grifo de madera del que disponen los toneles o cubas.

Cambios vertiginosos

Comprobar la velocidad a la que el léxico dialectal del ALEA se actualiza nos demuestra el impacto del mundo globalizado en el que vivimos, el constante movimiento de personas y los avances tecnológicos. Todo esto tiene el efecto inevitable en la lengua de perder singularidades de vocabulario y volverse más estandarizada. También que se introduzcan términos nuevos constantemente mientras otros muchos caigan en desuso, y por tanto, en el olvido.

Como escribía Alfonsina Storni en su poema Adiós: “Las cosas que mueren jamás resucitan / las cosas que mueren no tornan jamás (…)”. El objetivo de artículos como este es que, de alguna manera, esos términos tan particulares de las zonas no caigan en el olvido y desaparezcan para siempre, porque eso quiere decir que perdemos parte de ese patrimonio cultural inmaterial que nos caracteriza y enriquece. Aquí quedan escritos: ojalá esto ayude a que perduren un poquito más en el tiempo. ¡A su salud!

The Conversation

Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.