¿Quién es el verdadero autor de ‘El burlador de Sevilla’?

‘Don Juan y la estatua del Comendador’, de Alexandre-Évariste Fragonard. Museo de Bellas Artes de Estrasburgo, CC BY-SA

El mito de Don Juan ha dado lugar a numerosas obras dramáticas. Una de ellas, El burlador de Sevilla, es un clásico del teatro barroco español. Durante siglos se ha enseñado que había sido escrita por Tirso de Molina. Pero… ¿y si este dato no fuese correcto?

Andrés de Claramonte y Corroy fue un dramaturgo del Siglo de Oro que nació en Murcia, probablemente en la década de 1560. Una de las primeras noticias que tenemos de él data del año 1592, cuando aparece citado en la loa de La duquesa constante. Esta pieza del canónigo Tárrega permitiría situar al autor por esas fechas en el Levante.


Portada de El valiente negro en Flandes, una comedia de Andrés de Claramonte, en una edición del siglo XVIII.
Wikimedia Commons

A comienzos del siglo XVII, Agustín de Rojas Villandrando lo menciona en El viaje entretenido, un compendio de anécdotas teatrales, cuando habla de aquellos “que han hecho farsas, loas, bailes, letras”. De ello se deduce que Claramonte no era ningún desconocido en el panorama teatral de entonces. En 1604 actuó en la compañía de Baltasar de Pinedo, representando en Salamanca su propia comedia: El nuevo rey Gallinato.

Poco tiempo después, Claramonte marchó a Sevilla, pasando a formar parte de la compañía de Antonio Granados. Desde entonces, residió en la ciudad hispalense, aunque el oficio teatral –que también desempeñó como director y escritor– lo llevó a trabajar en Valencia, Zaragoza, Palencia, Medina de Rioseco, Lisboa o Madrid. En esta última ciudad murió en 1626. En su producción literaria podemos encontrar comedias de capa y espada, hagiográficas, bíblicas e históricas, varios autos sacramentales, dos poemas religiosos y la relación de un suceso.

El burlador de Sevilla

La fijación del repertorio dramático de Claramonte es endeble, ya que ciertos impresores atribuyeron algunos de sus textos a dramaturgos que daban garantías de beneficios.


Portada de una edición de El burlador de Sevilla y combidado de piedra atribuida a Tirso en el siglo XVIII.
Wikimedia Commons

Por eso Tirso de Molina y Calderón de la Barca figuraron como autores en las portadas de las ediciones de El burlador de Sevilla que aparecieron en 1629 y en 1634 en los talleres de Manuel de Sande y Francisco de Lyra –en la imprenta de este último tipógrafo la obra se publicó con el nombre de Tan largo me lo fiáis–.

La atribución contemporánea de Tirso fue respaldada por Eugenio de Ochoa y Eugenio Hartzenbusch. Ellos editaron en el siglo XIX el texto a nombre de fray Gabriel Téllez, el nombre original de Tirso. Otros críticos modernos como Blanca de los Ríos, Luis Vázquez e Ignacio Arellano han editado la obra de acuerdo con las atribuciones primitivas y decimonónicas. Algunos de los argumentos que se dan para ello son analogías temáticas o entre personajes (por ejemplo, Laura Dolfi compara a don Juan con los caballeros seductores –posteriormente arrepentidos– Jorge y Luis, en la obra de Tirso La Santa Juana, y con Gabriel de La villana de Vallecas, quien seduce, se disfraza y persigue el provecho individual) e, incluso, la sensibilidad poética del autor, relevante según Luis Vázquez.

Sin embargo, desde hace décadas existía la hipótesis de que Claramonte era el autor del drama. Esta teoría fue formulada, en primer lugar, por Gerald E. Wade en su artículo de 1974 “Hacia una comprensión del tema de Don Juan y ‘El Burlador’”, publicado en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos.

Sin embargo, su gran valedor ha sido Alfredo Rodríguez López-Vázquez, que lo ha investigado en múltiples ensayos y en las introducciones de sus ediciones críticas.

Entre las razones que se esgrimen para atribuir la obra a Claramonte tendríamos, por un lado, usos léxicos (como “lino aspado”, presente en la Letanía moral; “reloj desconcertado” como expresión de los celos, que aparece en Deste agua no beberé; u “homicida de mi honor”, presente en El inobediente o la ciudad sin Dios).

Por otro lado, contamos con elementos de orden histórico. Por ejemplo, los datos relativos a los Ulloa, a los que Claramonte presentó como héroes frente a los Tenorio, sus enemigos. La familia Ulloa había protegido a Claramonte, y esto se percibe en la dedicatoria del poema religioso Letanía moral, una obra de alabanza a los santos.

Puede que los partidarios de la autoría de Tirso siempre lo tuvieran más fácil para defender su postura en el debate. Después de todo, Claramonte tiene una mala reputación como escritor dramático gracias a los juicios peyorativos de Marcelino Menéndez Pelayo. El erudito describió al autor murciano como un muy poco talentoso remedador de Lope de Vega. Al ser considerado uno de los padres de la Filología Española, muchas de sus ponderaciones han sobrevivido como dogmas, sin haber sido revisadas. Esto explica la concepción negativa que, aún hoy, persiste del murciano.

La IA ayuda a descubrir la autoría real

Sin embargo, se ha producido un punto de inflexión con la llegada de la estadística computacional a las Humanidades. Esta ciencia –de gran auxilio para los filólogos– está aplicándose desde hace algunos años a textos del teatro del Siglo de Oro gracias a Germán Vega García-Luengos y Álvaro Cuéllar. Ambos dirigen el proyecto ETSO, por el que se han medido y cotejado las frecuencias léxicas de tres millares de piezas de esa época.

El aséptico macroanálisis, basado en los usos inconscientes de la lengua, ha dado grandes sorpresas. En primer lugar, ha vinculado obras tradicionalmente adjudicadas a un autor con artistas inesperados: La monja Alférez, siempre adscrita a Juan Pérez de Montalbán, resultó ser de Juan Ruiz de Alarcón. También ha atribuido piezas anónimas con escritores de la talla del mismísimo Lope de Vega, como el caso de La francesa Laura.


Don Juan y el Comendador por Francisco de Goya.
Fundación Goya en Aragón

En 2023, Vega García-Luengos y Cuéllar publicaron un artículo sobre la obra teatral de Claramonte a la luz de la estilometría –la aplicación de la estadística al estilo de los autores–. En él ponían de manifiesto la afinidad lingüística de El burlador de Sevilla con la forma de escribir de Claramonte.

Podríamos decir entonces que la inteligencia artificial ha validado las hipótesis de Wade y Rodríguez López-Vázquez. Una de las grandes polémicas atributivas de la historia de la literatura española ha quedado definitivamente zanjada –ahí quedan todavía el anonimato del Lazarillo o la enigmática identidad del autor del Quijote de Avellaneda–, y no hay otra opción que reconocer a Claramonte como el verdadero autor de El burlador de Sevilla.

Una vez se consiga la aceptación unánime de la paternidad dentro del circuito académico, debemos trasvasar el conocimiento a las aulas de los institutos, donde se lleva toda la vida explicando El burlador al calor del teatro de Tirso, cuando debiera ser interpretado al arrimo de Claramonte, cuya poética dramática se expande a lo largo y ancho del texto.

Jorge Ferreira Barrocal recibe fondos procedentes de la Universidad de Valladolid y del Banco Santander, que cofinancian un contrato predoctoral del que se beneficia desde enero de 2022, año en que pasa a formar parte del Departamento de Literatura Española y Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Valladolid, donde compagina tareas docentes y científicas como investigador predoctoral.

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