El western renace en el siglo XXI

Fotograma de _First Cow_, de Kelly Reichardt. FilmAffinity

En el siglo XXI algunos directores de cine han mostrado su predilección por aquel western de hace décadas. En su memoria pervive aún la visión mítica sobre la epopeya americana.

Viggo Mortesen en Hasta el fin del mundo es uno de los últimos ejemplos. También Kevin Costner recupera la afición en Horizon: An American Saga. El género ha resurgido de las cenizas del desinterés en el siglo XXI. Y como todo renacer, hay aspectos de la tradición que perduran y otros que se revisan.

Por un lado, este fenómeno de reapropiación del western es estéticamente identificable e intencionado. Diligencias, carretas, poblados destartalados, ranchos, plantas rodantes, saloons, establos y el desierto siguen presentes en el universo.

En ese espacio, el western contaba la Historia de los Estados Unidos en clave de hazaña colectiva, definiendo la identidad “americana”. Eso explica por qué paralelamente el cine bélico estadounidense prolongó sus dominios en la vertiente trágica. Acabada la conquista del Oeste, ese mismo pueblo seguiría asumiendo el papel de sheriff del mundo, arriesgando en la frontera de las ideologías y religiones, defendiendo la Ley frente a la autonomía del individuo, la democracia como la mejor organización política posible frente al poder del más fuerte y la libertad en una versión del western más empañada y crítica de sí mismo.

Pero no todo se reduce a un puñado de tópicos románticos. Uno de los aspectos más valiosos del western es la creación de arquetipos humanos. Uno sería el “hombre de frontera”, representado por el Ethan Edwards de Centauros del desierto. Edwards encarna el heroísmo y dos posiciones éticas no coincidentes necesariamente: la de outsider y la de forajido. Posteriormente, ese “bueno aparentemente malo” validará al protagonista de Sin perdón. En ese nuevo western se advierte un repliegue a las viejas esencias por alguna razón.

Un poco de historia

Este género –en sus orígenes, literario– lo inventaron los colonos puritanos del Este, bajo la consigna providencialista del “destino manifiesto”.

Puesta en boca de periodistas como John O’Sullivan, ofrecía los argumentos que legitimaron y justificaron el expansionismo territorial como un deber trascendental para el ciudadano demócrata. El western le debe mucho a la labor de la prensa en el territorio. Este hecho está presente en los argumentos de películas como Noticias del gran mundo, que cuenta la historia de una niña cautiva por los nativos americanos.


John Wayne en un fotograma de Centauros del desierto, de John Ford.
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El género también ha creado iconos. Acontecimientos como la construcción del ferrocarril hasta California, la guerra de secesión –que colocó en paralelo la lucha contra la esclavitud y la Unión–, la anexión de Texas y sus intentos de independencia y la creación de las reservas indias son algunos de esos hitos que buscan cohesionar el país con un relato común de valor, contradicción, sacrificio e innovación.

Igualmente, el western (originado en las Westward stories, las historias de la conquista del oeste) fue testigo del nacimiento del cine. Autores como Bret Harte caracterizaron a personajes que luego saltarían a la pantalla. Esa mitología está plagada de bandidos, cuatreros, tramperos, sheriffs, outsiders, cowboys… Gentes con intereses expansionistas, aventureras, acuciadas por la necesidad o la codicia.

Otro gran tema del western es el blanqueamiento del criminal. Destacan así las dime novels, novelas por entregas a diez centavos, que deleitaban a los niños. La frontera se convierte en un símbolo mental, espiritual y político. El escepticismo y la ambigüedad conviven en un héroe con un código de honor fiero. Resuenan así John Ford, Howard Hawks, Sam Peckinpah, Anthony Mann, Sergio Leone o John Sturges, por mencionar a clásicos canónicos a los que debemos los nuevos caballeros andantes de las praderas.

Por lo tanto, este género es una fórmula narrativa que explica la forja de una nación, mientras la alimenta, corrige, orienta y falsea. El western es a Estados Unidos lo que la tragedia a la Grecia Antigua.

Remakes, adaptaciones y la historia ordinaria

Tras un breve decaimiento en las últimas décadas del siglo XX, el western ha experimentado un florecimiento basándose en el homenaje, la desmitificación y el interés por la vida ordinaria.

Por ejemplo, la admiración por el sacrifico del héroe se aprecia en los remakes El tren de las 3:10 o en Valor de ley. Novelas y biografías se adaptan al cine con la intención de mostrar la inadaptación y otras consecuencias negativas de la violencia. Tienen cabida las historias de los renegados de la guerra civil en El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford y también las dos caras abominables del capitalismo en la inigualable Pozos de ambición.


Fotograma de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, de Andrew Dominik.
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Este renacer del género aporta su toque de modernidad: la desacralización de la construcción de la nación, la actitud de los pioneros o las condiciones de vida sufridas.

A través de otros relatos, como el de Hugh Glass en El renacido, se refleja lo que debió ser la auténtica lucha del hombre contra la naturaleza salvaje en los territorios de frontera. Incluso nuevos protagonistas, como el Capitán Joseph Blocker en Hostiles, muestran su herida psicológica a causa de la violencia que ellos mismos han infligido.

Resultan novedosos algunos enfoques arriesgados como el de Quentin Tarantino en Django desencadenado, donde la violencia se erige en lenguaje y el protagonista es negro, o el de Tommy Lee Jones, en Deuda de honor, al mostrar un retrato nada heroizante de las mujeres que regresaron al Este porque no supieron resistir en aquellos horizontes lejanos.

En un proceso inverso, se idealiza la figura de la exploradora Martha Jane Canary-Burke, conocida como “Calamity Jane”.

La película animada Calamity es un bellísimo compendio estético de los asuntos que dominan el gran relato americano. Es llamativo que el director francés Chayé se acerque en ella al mito de Martha Jane Cannary leyendo de manera tan inteligente la danza esencial del western entre el viaje físico y el viaje interior, la soledad del héroe ante el peligro y el sentido de comunidad, el anhelo de aventura y el gusto por lo cotidiano, la mística de un café sobre una fogata y la belleza devoradora de una naturaleza indómita que no perdona a los débiles.


Fotograma de Calamity, de Rémi Chayé.
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En una línea más contemplativa, la directora Kelly Reichardt documenta el tiempo del western. Reichardt aporta el valor de la incertidumbre a la par que desdramatiza la vida real de las familias y de los buscavidas en Meek’s Cutoff y en First Cow.

El western ha renacido en el siglo XXI desmitificando su causa o cuestionando con nostalgia y admiración algunos aspectos oscuros de una historia aún por desenmascarar, de una falsificación fabulosa, cruel y encantadora de migraciones.

Los autores de este artículo han publicado recientemente una monografía sobre el tema titulada El western renacido en el siglo XXI. En ese libro se recogen 15 estudios sobre westerns del siglo XXI.

Alberto Fijo Cortés y Gema Pérez Herrera no reciben salarios, ni ejercen labores de consultoría, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del puesto académico citado.

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