Paulino Uzcudun, de ídolo del boxeo a icono falangista y “juguete roto”

Hoy pocos recuerdan el nombre de Paulino Uzcudun. Sin embargo, en las décadas de 1920 y 1930, fue una celebridad mundial. En los cuadriláteros de Estados Unidos se enfrentó a los mejores pesos pesados del momento (Delaney, Godfrey o Schmeling) y fue aclamado por la prensa como The Basque Woodchopper.

Fue el boxeador “jamás noqueado” hasta que, en 1935, cuando su carrera se apagaba, tropezó con Joe Louis (El bombardero de Detroit), uno de los mejores boxeadores de todos los tiempos, quien lo batió por KO.

Con todo, la historia de Uzcudun ha sido olvidada tanto por sus vínculos con el franquismo como por la emergencia de otra figura del boxeo en la década de 1960: el también guipuzcoano José Manuel Ibar (Urtain).

De leñador a campeón

Nacido en 1899 en Régil –hoy Errezil– (Guipúzcoa), Paulino fue el hijo pequeño de una familia de labradores. En el difícil contexto económico de entreguerras, buscó valerse por sí mismo y se dedicó a diferentes actividades: leñador, albañil y operario de una fábrica de embutidos. Pero, con 23 años, después del servicio militar, decidió dejarlo todo y apostar por el boxeo en una época en la que el deporte profesional todavía era una práctica inusual para la clase trabajadora.

Así que se mudó a Francia y se preparó con los mejores entrenadores de boxeo de la Europa del momento. El vasco demostró ser un portento. Para 1924 ya era campeón de España de peso fuerte (hoy, peso pesado) y, dos años después, lo era de Europa tras vencer al italiano Erminio Spalla.

Aquellas victorias, que aumentaron su fama, resultaron muy provechosas para la dictadura de Primo de Rivera, que para entonces irradiaba a través del deporte sus valores y concepto de España: masculinidad, regeneración racial, disciplina y patrioterismo. Para el régimen dictatorial, Uzcudun era símbolo de todo ello: un héroe popular con atributos idóneos.




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El salto a América

Durante los felices años veinte, Estados Unidos fue el país del boxeo. Allí estaban los principales cuadriláteros y en estos era donde se dirimía el campeonato mundial de peso fuerte. En el país norteamericano, Paulino peleó contra los mejores púgiles del momento, como Max Baer, Joe Louis o Jack Sharkey.

Aunque nunca alcanzó el cinturón de campeón, se hizo un hueco entre los mejores y obtuvo una gran fama. Para los emigrantes españoles, especialmente los de origen vasco, se convirtió en un símbolo de orgullo. Uzcudun era el vasco inquebrantable, el que mejor representaba la personalidad de su tierra y así lo recogió la prensa desde distintos espacios ideológicos.


Boxeo. Sesión de entrenamiento del púgil Paulino Uzcudun (en el centro).

Kutxa Fundazioa Fototeka. Fondo Photo Carter. Ricardo Martín (Fotógrafo). ID. 12707959.

Cuando el ring se volvió ideología

Su carrera deportiva coincidió con el auge del fascismo y el nazismo en Europa, dos ideologías de masas que utilizaron el deporte, y en concreto el boxeo, como un espacio político más.

En 1933, en los días de la Segunda República, Uzcudun disputó el título europeo a Primo Carnera, el “Gigante Fascista”, representante de la Italia de Mussolini.

En 1935, se midió en Berlín con el campeón del mundo Max Schmeling, símbolo deportivo del Tercer Reich. El vasco perdió ambos combates. Sin embargo, mostró un gran nivel en dos encuentros que fueron mucho más que duelos deportivos: pugnas propagandísticas entre naciones y modelos políticos diferentes, entre democracia y fascismo.

Aparte de ser una experiencia deportiva, aquellos combates sirvieron para iniciar su acercamiento ideológico a la extrema derecha. Atraído por la heroización de los deportistas, la glorificación de su pasado y, entre otras cosas, su imagen pública, Uzcudun acabó aproximándose al discurso fascista.

Del estrellato mundial a la propaganda política

La biografía de Uzcudun también tiene episodios grises que forman parte de su compleja figura. En 1935 estuvo implicado en el escándalo de corrupción derivado de las máquinas del Straperlo, de las que participó y en el que se involucró por sus contactos en círculos políticos y empresariales derechistas.

Según cuenta el diario bilbaino El Liberal (8 de febrero de 1936, página 3), fue juzgado por ello, pero el estallido del golpe de Estado del 18 de julio de ese año interrumpió el proceso. En esos meses, se acercó a la extrema derecha, alineándose con Falange. Y así lo demostró en la Guerra Civil, combatiendo en sus columnas, siendo rostro visible de su propaganda e incluso formando parte de uno de los comandos que planearon asaltar la cárcel de Alicante para liberar a José Antonio Primo de Rivera en octubre de 1936.

El guipuzcoano fue uno de los ejes de las actividades de Auxilio Social, la organización de socorro humanitario del bando franquista, para la que hizo giras de combates benéficos en España y Portugal entre 1937 y 1939. Falange lo convirtió en modelo de patriotismo, disciplina y masculinidad, y, mediante su imagen, buscaron ganar apoyos a la causa sublevada.

Grupo de soldados. En el medio, el más alto, Paulino Uzcudun. San Sebastián. Septiembre de 1936. Colección Foto Marín. Pascual Marín (fotógrafo). Fototeca Kutxa Fundazioa. Id. 23867147.
Colección Foto Marín. Pascual Marín (fotógrafo). Fototeca Kutxa Fundazioa. Id. 23867147

Entre la gloria y el olvido

Tras la Guerra Civil, Uzcudun se situó en el corazón de una España donde la frontera entre negocio, política y propaganda fue difusa. En plena Segunda Guerra Mundial, montó una empresa de gasógenos e hizo negocios con miembros del Tercer Reich.

Según informes de la Oficina Federal de Investigación (FBI) estadounidense, estuvo relacionado con Rudy de Merode, un colaborador nazi refugiado en España al que sirvió de guardaespaldas y con el que colaboró tanto en una red de contrabando de bienes robados a ciudadanos de origen judío como en una red de evasión nazi en la frontera vasco-francesa.

También trató de regresar al boxeo con 46 años. Lo hizo contra Rodolfo Díaz en un improvisado ring en El Escorial (Madrid) y, tras la victoria, prometió combatir en Nueva York. Pero nunca lo hizo. La negativa del FBI a que se le concediera visado se lo impidió.

Fue entonces cuando su vida dio un giro de 180 grados.

Modelo de padre de familia para el franquismo

En 1942 se había casado con Isabel Huerta Vera, de la familia de ganaderos de Victoriano de la Serna, con la que se mudó a Torrelaguna, en la Sierra Norte de Madrid, de donde ella era originaria y poseía una hacienda.

Ambos dedicaron su vida al campo y a sus cuatro hijos, y la prensa franquista vio en ese cambio un filón para explotar los valores del régimen: un famoso boxeador que, como el hijo prodigo, había decidido regresar a los orígenes, al campo, tras estar en lo alto de la fama, para dedicarse a los suyos. Uzcudun se convirtió así en uno de los modelos de padre de familia del franquismo.


Grupo de personas, con el boxeador Paulino Uzcudun en primer plano, en un salón.

Kutxa Fundazioa Kutxateka. Id. 70456271. Fondo: Foto Marín. Pascual Marín (fotógrafo).

El eco de los golpes

Su estrella, entonces, se apagó. Siguió teniendo contacto con el boxeo, pero dejó de ser reconocido y se convirtió en un “juguete roto”, tal como lo retrató Manuel Summers en el documental del mismo título.

En la década de 1960, recibió pequeños homenajes de federaciones de boxeo como la catalana, pero la dictadura, a la que tanto había servido con su imagen y puños, le olvidó, y nunca le otorgó la Medalla al Mérito Deportivo, distinción con la que el régimen reconocía el esfuerzo de sus atletas.

Paradójicamente, tuvo que ser el gobierno democrático de Adolfo Suárez el que en febrero de 1979 le otorgó el galardón, cuando estaba ya muy enfermo y Urtain eclipsaba su recuerdo, como contó su hijo menor Juan en el programa Documentos, de RNE.

Un solitario final

En 1985, tras una larga enfermedad degenerativa, Uzcudun murió al calor de los suyos, pero lejos de la memoria pública. En aquellos momentos, mientras Rocky IV se convertía en la segunda película más taquillera del año, la consideración social del boxeo en España era pésima.

Los pocos que recordaban a Uzcudun lo asociaban a la dictadura, a un héroe deportivo y figura propagandística del franquismo. Un tiempo que superar. De algún modo, representaba lo que la democracia trataba de dejar atrás.

En 2025, después de 40 años de su muerte, su nombre apenas se conoce, pero su biografía demuestra que el deporte es una forma de hacer política. Su caso ilustra cómo los ídolos deportivos no son solo deportistas, sino espejos de la sociedad que los aclama, de sus contradicciones y de su selectiva memoria.

The Conversation

David Mota Zurdo no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

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