
Durante siglos, el triunfo romano ha sido el modelo a seguir en toda celebración marcial. En la antigua Roma, cada gran éxito militar acababa en un fastuoso desfile encabezado por senadores y magistrados que recorría las calles de la ciudad. A estos les seguían los enemigos cautivos (la mayoría, individuos de alto rango), carros cargados con el botín y demás trofeos de guerra.
La fastuosidad de los expolios se entremezclaba con artistas, como acróbatas, músicos y cantantes, que aumentaban la espectacularidad de la procesión. A continuación, marchaba el general vencedor, montado en un carro. Cerraban el cortejo su familia y soldados.
Festejo y humillación, todo en uno
El desfile, que marchaba por la vía Sacra, cruzaba en su último tramo el foro, donde tenía lugar el encarcelamiento o la ejecución de los prisioneros. Finalmente, la procesión avanzaba hacia el templo de Júpiter, en la cima de la colina Capitolina, donde el general ofrecía un sacrificio al dios, generalmente bueyes blancos, como clausura del recorrido triunfal. La guinda era la celebración de banquetes y espectáculos en lugares públicos para deleite de los congregados.
Se trataba de un ritual destinado a festejar el poderío marcial y la humillación del conquistado. Todo esto lo sabemos esencialmente por las fuentes literarias y algunas representaciones artísticas. ¿Pero cuál es el origen y la historia primitiva de los triunfos marciales?
Sacrificios y torturas neolíticas
Los yacimientos neolíticos de Achenheim y Bergheim, en la región francesa de Alsacia, datados entre 4300 y 4100 a.e.c., ofrecen algunas pistas al respecto. En ambos casos, en una fosa circular, posiblemente ubicada en una plaza central del poblado, se arrojó un grupo de individuos brutalmente asesinados (seis y ocho, respectivamente), junto a una serie de brazos izquierdos cercenados que no correspondía a ninguno de ellos (cuatro y siete, respectivamente).
El ensañamiento con el que se había tratado a las víctimas, que mostraban multitud de fracturas en todo su esqueleto ocurridas alrededor del momento de su muerte, y la evidencia tafonómica de que los brazos cercenados pudieron estar a la intemperie un tiempo antes de su depósito en las fosas, no encajaban bien con lo esperable en masacres o ejecuciones documentadas en la prehistoria reciente.

F Chennal.
En busca de una explicación
Esencialmente, este inusual contexto, que además se repetía con gran similitud en ambos yacimientos, sugiere tres posibles escenarios interpretativos. El primero sería la celebración de un triunfo marcial que combinara el sacrificio de cautivos enemigos con una violencia excesiva y la exposición de trofeos humanos recolectados en batalla, cuyo depósito conjunto en fosas clausurase el ritual.
El segundo consistiría en la repatriación y el enterramiento de miembros del grupo caídos en batalla (en forma de cuerpos completos o de brazos izquierdos).
Y el tercero comprendería el castigo de parias o delincuentes comunitarios, donde la tortura –incluyendo la mutilación– y la pena capital formaran parte del proceso.
Las víctimas, enemigos extranjeros
A fin de dirimir entre estas posibilidades, un equipo de especialistas de diferentes centros de investigación europeos, como las universidades de Valladolid, Aix-Marsella, Oxford, Bruselas y Estrasburgo, y empresas de arqueología como Arkikus y Antea, ideamos y realizamos un estudio multiisotópico completo de las biografías de estas víctimas y de una población de control del mismo contexto crono-geográfico.
La metodología multiisotópica se basa en la premisa de que somos lo que comemos y que esta información queda almacenada a nivel molecular en nuestro organismo y produce una firma isotópica distintiva, similar a una huella dactilar, que permite reconstruir la dieta y la procedencia de los individuos. Y como lo que comemos (alimentación), de dónde obtenemos los alimentos (origen) y con quién comemos (grupo social) está íntimamente relacionado con quiénes somos, con este enfoque también puede abordarse la identidad.
Nuestro objetivo era comparar ambos grupos y definir la identidad social de las víctimas. Los resultados, publicados esta semana en Science Advances, sugieren claramente que las víctimas no pasaron su infancia en la región y tuvieron una vida mucho más móvil, con una alimentación más cambiante y una mayor exposición al estrés fisiológico que la población de control. Todo ello es plenamente compatible con una forma de vida migrante.
Brazos y cuerpos enteros, de distinta procedencia
Además, el estudio ha permitido descubrir que aquellas víctimas representadas por esqueletos completos y aquellas representadas por brazos cercenados muestran señales isotópicas distintas, lo que sugiere un tratamiento diferencial vinculado con su origen geográfico.
Es posible que los brazos procedieran de grupos asentados en el norte de Alsacia, mientras que los cuerpos completos hubieran llegado del sur de la región, como origen más próximo. No obstante, es también posible que ambos grupos provinieran de regiones más distantes, como la zona más occidental de la cuenca parisina o la zona más oriental del valle alto del Danubio.
La evidencia de enemigos de distinta procedencia en las fosas es coherente con una guerra de conquista, en que los grupos foráneos llegarían en diferentes oleadas y se enfrentarían con la población local en distintos asaltos.
No es esta la única evidencia de conflicto que poseemos, ya que es en este momento cuando empiezan a documentarse en la región los primeros poblados rodeados por fosos y empalizadas. Asimismo, se observa en el registro arqueológico una rápida sustitución de tradiciones culturales locales por otras venidas de regiones adyacentes.
Violencia como espectáculo
La inusitada violencia-espectáculo ejercida en estas celebraciones hacia los enemigos cautivos, la “caza” y exposición de trofeos humanos y su depósito conjunto en lugares comunitarios difícilmente pueden entenderse fuera del marco de un teatro político que pretende la exaltación del poder y del triunfo y la deshumanización del enemigo.
En ese caso, solo tenemos la evidencia material más brutal de la victoria y su celebración, pero es muy posible que estos rituales del triunfo se acompañaran también de un componente festivo, incluyendo desfiles, música, bailes o banquetes, como hicieron más de tres milenios después los romanos. Al fin y al cabo, eran celebraciones que esencialmente buscaban la ostentación del éxito y la legitimación del poder a través de un pacto político-religioso.
El proyecto del que se deriva esta investigación ha sido financiado por una ayuda del programa Marie-Slodowska Curie Actions (MSCA-IF-790491) de la Comisión Europea, concedida a Teresa Fernández-Crespo.